Tal día como hoy de 1553 murió François Rabelais, autor de Gargantúa y Pantagruel.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Astorga existe desde hace unos 2.000 años. De tanto tiempo de vida han quedado en la ciudad restos de calidad: algunas construcciones interesantes, ciertas tradiciones dignas de vigencia y bastantes templos. Algunos de estos albergan magníficas obras de arte religioso, la mayor de las cuales es el impresionante retablo mayor de la Catedral, obra maestra de Gaspar Becerra, que merece ser visto con el detenimiento necesario para que produzca en quien lo mire todo el gozo que encierra.
Hay también en Astorga otros templos bastante más modernos, con mucho arte, pero de orientación más mundana. Uno de ellos, que sería el equivalente en excelencia a la Catedral, es el bar y restaurante AIZKORRI, situado en la Plaza Mayor. Gaspar Becerra no pudo estar aquí para comprobarlo, por razones evidentes, pero sí lo han hecho Fede Gómez, magníficamente complementado por Diego San Martín, a los que se unen Patri y, de vez en cuando, Lucía. Todos ellos, junto con un eficaz, cordial y dispuesto equipo de camareros y cocineras, hacen del lugar una especie de templo laico, en donde no hay santos ni retablos, pero al que hay que acudir para adorar unos vinos de calidad, bien guardados y bien servidos, cervezas variadas o vermuts de diferentes procedencias. Con cualquiera de ellos te ofrecen unos aperitivos de chorizo, croquetas, calamares o unas patatas de la zona bien fritas.
Si quieres profundizar en la experiencia y venerar otras virtudes, puedes degustar alguna de las variadas ensaladas que te ofrecen, una cecina habitualmente bien curada y bien rica o unos huevos rotos en sartén con variadas compañías. O puedes también alegrar el espíritu con unas zamburiñas a la vasca, abandonar tu alma a unas tiras de secreto ibérico, hacerle una reverencia a un cachopo o dejarte arrastrar por un pulpo, unos chipirones a la plancha o unas puntillitas que te hacen creer que estás en algún templo andaluz.
Y como último acto de culto gastronómico, puedes tomarte una copa de buen whisky o un gin tonic bien preparado. Saldrás bien comido, bien bebido, bien atendido y a gusto.
Estoy un poquito harto ya del uso que algunas personas, especialmente aquellas que creen poseer toda la verdad, hacen de un valor tan importante como la empatía. Tener empatía consiste en ponerse en el lugar de otra persona, intentar vivir lo que está viviendo y escuchar el mensaje vital que te está transmitiendo. ¿Para qué? Para comprenderla mejor, para interpretar más certeramente lo que dice y hace y para procurar ayudarle de la mejor manera posible. Lo que me fastidia de ciertos listos de esta sociedad es que te exigen ser empático con ellos, pero no para que los comprendas y les apoyes emocionalmente, sino para que, una vez puestos en su lugar (por cierto, rara vez ellos se ponen en el tuyo), te enteres bien de lo que ellos hacen y te sientas en la obligación de hacerlo tú también. Para estos personajes, la empatía es una trampa, de nombre muy bonito y actual, en la que debes caer y así doblegarte a sus intereses. Si no lo haces, te puede caer encima una serie de improperios que es mejor no escuchar. Ellos tienen derecho a ser como son; tú, mediante la empatía, tienes la obligación de ser como ellos. ¡Vaya maneras de tapar la soledad!
No sé si será la calidad del sueño, o encontrarse un sol radiante por la ventana o una sonrisa esperanzadora en la primera persona que ves. No sé si será la temperatura, la noticia que comenta la radio, el poema que acabas de leer, la música que has puesto o no acordarte de todo lo que merece ser olvidado. El caso es que hay días que te levantas y vives el vivir como una obligación, porque el apetito te invita con insistencia a volver a la cama. Otros, sin embargo, sales a la vida sosegado, con ganas de quedarte en el mundo mundeándolo más, de ver lo que hay, de disfrutar del canto amable de los pájaros, de sonreír a cualquiera, de crear una comida sorprendente o un plan que llene el día de experiencias nuevas, de aprendizajes gratos, de optimismo vivificador. Son días para prescindir de los odiadores profesionales y aficionados, de los que optaron por la deficiencia mental voluntaria y de considerar a todos los demás. Son días para pertrecharse de sonrisas, de ganas de crear cualquier cosa buena, de dar abrazos, incluso de aguantar, si no hay más remedio y sirve de algo. A ver lo que dura.