No sé si será la calidad del sueño, o encontrarse un sol radiante por la ventana o una sonrisa esperanzadora en la primera persona que ves. No sé si será la temperatura, la noticia que comenta la radio, el poema que acabas de leer, la música que has puesto o no acordarte de todo lo que merece ser olvidado. El caso es que hay días que te levantas y vives el vivir como una obligación, porque el apetito te invita con insistencia a volver a la cama. Otros, sin embargo, sales a la vida sosegado, con ganas de quedarte en el mundo mundeándolo más, de ver lo que hay, de disfrutar del canto amable de los pájaros, de sonreír a cualquiera, de crear una comida sorprendente o un plan que llene el día de experiencias nuevas, de aprendizajes gratos, de optimismo vivificador. Son días para prescindir de los odiadores profesionales y aficionados, de los que optaron por la deficiencia mental voluntaria y de considerar a todos los demás. Son días para pertrecharse de sonrisas, de ganas de crear cualquier cosa buena, de dar abrazos, incluso de aguantar, si no hay más remedio y sirve de algo. A ver lo que dura.
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