Tal día como hoy de 1768 murió Johann Joachim Winckelmann.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
Me pregunto si en una democracia, que otorga el poder al conjunto de los ciudadanos, puedo moralmente buscar yo arreglar lo mío, sin tener en cuenta para nada a los demás, o debo ir a crear una sociedad en la que el mayor número posible de personas puedan ver arreglado lo de cada uno.
Por ejemplo, imaginemos que yo tuviera mucho dinero y que prefiriera una sanidad privada, por la que tuviese que pagar al mes unos cientos de euros y, si tuviera la desgracia de sufrir una enfermedad dura, me cobrarían varios miles. Económicamente me lo podría permitir, aunque la mayoría de la población no pudiera hacerlo, pero lo mío sería lo primero, y los demás, que espabilaran.
Me pregunto si puedo yo usar la democracia como si fuera el instrumento de una pequeña dictadura personal con la que satisfacer mis propios deseos y mandar a paseo a los demás.
No hay que envejecer.
Puede que el cuerpo te falle. De hecho, desde los treinta y cuatro años el cuerpo va a peor, pero eso no es envejecer, es una característica de la vida. Envejecer es otra cosa.
Es abandonarse y no seguir aprendiendo, sobre todo, a vivir.
Es encerrarse en las propias ideas, incluyendo los prejuicios, lo fácil, lo que has defendido por tradición, aunque sean auténticos desvaríos.
Envejecer es darle la espalda al mundo de la calle, renunciar a su conocimiento para poder criticarlo, pero con argumentos racionales llenos de tolerancia.
Es renunciar a la búsqueda constante de la belleza, la alegría y la bondad en lo que se vive en cada momento.
Es seguir queriendo tener siempre la razón.
Es no preguntar, sino afirmar siempre, pontificando y mostrándose en posesión de la única postura admisible.
Es no buscar.
Es encerrarse.
Es empecinarse.
Es cerrar el ángulo de la mirada.
Es perder la sonrisa.
Es caer en el individualismo, en el egoísmo.
Envejecer es no darle importancia a las normas, a las leyes, gracias a las cuales podemos vivir en sociedad.
Es no escuchar.
Es no tener en cuenta al diferente.
Es ir por la vida juzgando, en lugar de comprendiendo.
Es renunciar a seguir construyendo la propia vida teniendo en cuenta las circunstancias de la situación en la que se vive.
Y es olvidarse de que se puede envejecer a cualquier edad.