No puede haber una política buena y
sana sin que lleve consigo una pedagogía. El político tiene que
explicarle racionalmente al pueblo lo que hace, por qué lo hace y
cuáles van a ser las consecuencias, tanto si se hace, como si no se
hace aquello de lo que se trate. A la vez, el político tiene que
estar abierto y escuchar lo que le dice el pueblo, tiene que
establecer cauces de diálogo y de comunicación para no quedarse al
margen de la sociedad que lo vota, porque si eso ocurriera, podría
llevarle, incluso, a tomar medidas en contra del pueblo. No debería
haber política sin un mecanismo eficaz de enseñanza y de
aprendizaje entre el político y el pueblo.
Lo mismo ocurre en la vida cotidiana de
las personas. Deberíamos mostrar con claridad y con nobleza a
nuestra pareja, a nuestras amistades, a las personas con las que
trabajamos y a todas aquellas con las que vivimos cuáles son
nuestros valores, nuestros criterios, nuestras dudas, nuestras
convicciones y todo aquello que pueda haber en nosotros y que pueda
ser valioso para los demás. Y deberíamos también aprender de todas
estas personas lo que pudiera servirnos para vivir mejor, más
humanamente.
La vida buena es siempre una vida
joven, en la que no hay nada definitivo, sino que todo está sujeto
al aprendizaje mutuo y al diálogo. Buenas noches.