Me duele mucho mi parte de ignorante.
En los momentos decisivos, en esos en los que hay que tomar una
determinación y no se sabe qué hacer, la ignorancia la suplimos con
la confianza y eso es muy peligroso. Cuando tienes que firmar un
contrato y no entiendes la letra pequeña, ¿en quién confías?
Cuando alguien te dice que tienes en casa algo que está mal, ¿en
quién confías? Cuando un médico privado se pone a hacerte pruebas
porque eso le viene bien a él ¿en quién confías? (Yo tengo muy
creciditos los cornetes de la nariz y huelo con dificultad. A uno de estos tipos
de una sociedad médica privada no se le ocurrió otra cosa que
hacerme ¡un TAC del cerebro! para descartar, decía, un tumor
cerebral) Cuanta más ignorancia, más fe tienes que tener en quien
tienes delante. Estoy convencido de que tenemos que huir de la
ignorancia con información, con lecturas, con preguntas, con
formación, con cultura. Es una actitud que tenemos que ir haciendo
real cada vez más. No me gusta mi amplísima parte de ignorancia,
pero cuando veo a la gente joven, que no tiene, en general, la menor
curiosidad por nada ni la menor inclinación por el saber, me asusta
su futuro. En manos de qué listos depositarán su fe.
Y sin embargo, es bueno tener fe en las
personas a las que queremos. Es, incluso, precioso. Creer a los
amigos, poder preguntarles, no desconfiar de ellos, sentirlos parte
de tu vida es de las cosas más alegres y reconfortantes que puedes
tener en la vida. Dedícales a ellos el último momento del día. La
sonrisa aparecerá en tus labios y dormirás en la confianza del
cariño. Buenas noches.