A T.S.
Es verdad que, aunque procuremos no
pensar en ello, vivimos nadando como podemos en el mar de la
incertidumbre. Mis opiniones puede que sean acertadas o no. Mis
previsiones se cumplirán o no. Lo que ha venido ocurriendo hasta
ahora seguirá ocurriendo o no. Lo que hago estará bien o no. Sólo hay una idea de la que puedo
estar absolutamente cierto: de que me voy a morir.
Tres conclusiones: Una, si ciertamente
me voy a morir, tengo la necesidad, la urgencia de vivir la vida, de
sacarle a cada día todo el jugo vital que pueda. Los días son
irrepetibles y las vivencias dentro de ellos, también. Otra, si la
incertidumbre está metida, lo queramos o no, en nuestras vidas,
conviene que aprenda a vivir con ella. La incertidumbre asumida me
debería alejar del desagradable terreno de la chulería, de la
soberbia, de creer que las opiniones son verdades únicas y
universales. Debería tener presente que la vida es muy compleja, que
las simplezas son inventos de los débiles y de los ignorantes para
sobrevivir, que la humildad es la primera condición de los sabios y
que los sabios no son los que saben mucho, sino los que son
conscientes de que el número de incertidumbres es mucho mayor que el
de esas probabilidades que la gente suele vivir como certezas. Y la
última. Es posible que esto que digo sea así. O no.