Suena el despertador. Siento el peso
del cuerpo sobre la cama. Ronroneo un par de minutos. Me llevo las
manos a la cara y me froto los ojos. Me levanto. Abro la ventana.
Paladeo el aire fresco de la mañana. Dejo que me entre por los poros
la luz del sol. Respiro hondo. Miro el azul del cielo y esbozo una
leve sonrisa cuando me convenzo de la dicha que supone vivir.
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