El dentista me ha mandado comprar un
irrigador dental, un artefacto bastante caro que echa chorritos de
agua a presión sobre los dientes y las encías y expulsa todas esos
restos de comida que el diablo, que debe de ser pariente de
dentistas, va dejando en cualquier huequecillo que haya en la boca,
por pequeño que sea.
Así que, como estoy en pleno periodo
de adaptación corporal al verano que viene, adelgazando a base de
bien y adquiriendo un body de escándalo para impresionar en la
playa, me fui a ver si lo tenían en la farmacia más lejana, que
afortunadamente es también la más barata, con sus ofertas, sus
regalitos y sus detalles.
Las marquesas dirían que era
horrorosa; mi madre, que qué barbaridad; los alumnos, que te cagas;
el caso es que yo iba a una horrorosa velocidad que te cagas, ¡qué
barbaridad!, porque me ha dicho mi enfermera que tengo que andar a
buen ritmo.
Y en esas iba yo cuando se me han
parado delante dos señores. Uno, así de entrada, sin el menor
miramiento, con ausencia del menor atisbo de misericordia y como el
que hace una gracia, le ha dicho al otro:
-Estás engordando ¿no?
El otro, pobre hombre, ha puesto cara
de circunstancias y le ha dicho que sí, como queriendo cambiar de
tema. No sé en qué habrá acabado la cosa porque yo iba a una
velocidad horrorosa, que es como me ha dicho mi enfermera que tengo
que ir. ¡Qué barbaridad!
El cacharro de enjuagarse la boca
estaba de oferta, así que me lo he traído, a ver si los dientes me
quedan como si nada hubiera pasado por ellos. He vuelto andando,
claro, a una velocidad horrorosa que es que te cagas, ¡qué
barbaridad!. A la salida de un paso de peatones, una señora de estas
que no perdonan la presencia de un conocido y que se paran sin
remedio a preguntarle algo interesante, del estilo de a dónde vas o
de dónde vienes, se ha encontrado con un conocido. Cuando pasaba a
su altura, oí a la señora que, con una sonrisa en la cara y una
actitud de estar observando la realidad de arriba a abajo, le decía
al buen hombre:
-Estás engordando ¿no?
La sorprendente coincidencia me hizo
pensar que había salido a la calle una panda de gente de esa que no
se mira jamás al espejo, no sea que se vea que está metido o metida
en carnes. Pensé que si me encontraba con alguien de esa mafia y me
hacía a mí el comentario, mi respuesta iba a ser un rotundo y algo
subido de volumen “No”. Por si acaso, aceleré el ritmo, cosa de
la que se alegrará mi enfermera, cogí una velocidad aún más
horrorosa, de esas que es para cagarse del todo -por si me lee algún
antiguo alumno, que lo entienda-, ¡qué barbaridad!, y llegué a
casa sano y un poco más delgado.
Por lo que estoy viendo, este verano
las playas van a estar llenas de gente con la silueta destrozada y el
tipo fatal, porque están engordando de mala manera. Yo espero
aparecer hecho un pincel, pero de los finos. Buenas tardes.
Me encanta...
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