martes, 29 de abril de 2014

Lo que veo cuando miro. Están engordando



El dentista me ha mandado comprar un irrigador dental, un artefacto bastante caro que echa chorritos de agua a presión sobre los dientes y las encías y expulsa todas esos restos de comida que el diablo, que debe de ser pariente de dentistas, va dejando en cualquier huequecillo que haya en la boca, por pequeño que sea.

Así que, como estoy en pleno periodo de adaptación corporal al verano que viene, adelgazando a base de bien y adquiriendo un body de escándalo para impresionar en la playa, me fui a ver si lo tenían en la farmacia más lejana, que afortunadamente es también la más barata, con sus ofertas, sus regalitos y sus detalles.

Las marquesas dirían que era horrorosa; mi madre, que qué barbaridad; los alumnos, que te cagas; el caso es que yo iba a una horrorosa velocidad que te cagas, ¡qué barbaridad!, porque me ha dicho mi enfermera que tengo que andar a buen ritmo.

Y en esas iba yo cuando se me han parado delante dos señores. Uno, así de entrada, sin el menor miramiento, con ausencia del menor atisbo de misericordia y como el que hace una gracia, le ha dicho al otro:

-Estás engordando ¿no?

El otro, pobre hombre, ha puesto cara de circunstancias y le ha dicho que sí, como queriendo cambiar de tema. No sé en qué habrá acabado la cosa porque yo iba a una velocidad horrorosa, que es como me ha dicho mi enfermera que tengo que ir. ¡Qué barbaridad!

El cacharro de enjuagarse la boca estaba de oferta, así que me lo he traído, a ver si los dientes me quedan como si nada hubiera pasado por ellos. He vuelto andando, claro, a una velocidad horrorosa que es que te cagas, ¡qué barbaridad!. A la salida de un paso de peatones, una señora de estas que no perdonan la presencia de un conocido y que se paran sin remedio a preguntarle algo interesante, del estilo de a dónde vas o de dónde vienes, se ha encontrado con un conocido. Cuando pasaba a su altura, oí a la señora que, con una sonrisa en la cara y una actitud de estar observando la realidad de arriba a abajo, le decía al buen hombre:

-Estás engordando ¿no?

La sorprendente coincidencia me hizo pensar que había salido a la calle una panda de gente de esa que no se mira jamás al espejo, no sea que se vea que está metido o metida en carnes. Pensé que si me encontraba con alguien de esa mafia y me hacía a mí el comentario, mi respuesta iba a ser un rotundo y algo subido de volumen “No”. Por si acaso, aceleré el ritmo, cosa de la que se alegrará mi enfermera, cogí una velocidad aún más horrorosa, de esas que es para cagarse del todo -por si me lee algún antiguo alumno, que lo entienda-, ¡qué barbaridad!, y llegué a casa sano y un poco más delgado.


Por lo que estoy viendo, este verano las playas van a estar llenas de gente con la silueta destrozada y el tipo fatal, porque están engordando de mala manera. Yo espero aparecer hecho un pincel, pero de los finos. Buenas tardes.

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