Aunque parezca raro, hay españoles que
creen que la bandera rojo y gualda es la propia de la selección de
fútbol, pero que no tiene nada que ver con la de la nación
española, porque son cosas distintas que no tienen ninguna relación.
Mil de estas banderas las va a repartir el ínclito alcalde de
Alcorcón, del PP, entre los vecinos, para celebrar el próximo día
de la Hispanidad y, de paso, defender la unidad de España. Muy
oportuno, sin duda, el gesto patriótico del señor alcalde.
No sé cuánto se habrá gastado el
señor alcalde de Alcorcón en comprar esas banderas, pero en donde
se gasta muy poco dinero este afamado regidor es en podar los árboles
de una ciudad que es una de las que más zonas verdes tiene en
España. Algunos de ellos hace muchos años que no se podan. No sé
si esto incidirá en la salud de los mismos, pero sí está
comprobado que trae consecuencias para los ciudadanos. Por ejemplo,
hay ramas bajas que han crecido lo que han querido, que están
vencidas por su propio peso y que molestan a los viandantes cuando
van por las aceras, porque tienen que agachar la cabeza para pasar, a
la vez que se acuerdan en arameo del citado señor alcalde. O,
también, la invasión sobrevenida de pájaros en la ciudad. Me
refiero a los pájaros que vuelan y que han visto que la mayoría de
las ramas de los árboles son estables, por lo que han instalado en
ella sus nidos y sus aposentos. Desde ellos, arrojan sin piedad sus
múltiples deposiciones sobre los votantes del PP que pasan por
debajo, pero también sobre los de Ciudadanos, que apoyan la inefable
gestión del alcalde, y sobre los partidarios del resto de partidos,
que están hartos del citado edil. Incluso deponen sobre quienes no
votan, como si quisieran intentar despertarles de su letargo.
Afortunadamente, la mayoría de los pájaros no acierta en su tiro,
pero los restos de la operación quedan en las calles expuestos a las
pisadas de los ciudadanos, que se llevan luego a su casa una buena
colección de bacterias adosadas a sus zapatos. Y así hasta que
llueva fuerte, claro, porque el preclaro señor alcalde limpia muy
poco la ciudad, como si él no paseara por ella o como si no le
molestara la suciedad.
Ahora al señor alcalde parece que le
han dado unas ínfulas, o, quizá, tenga que hacer méritos
patrióticos ante alguien, o quiere que sus partidarios olviden sus
inclinaciones bajo los árboles o las cagadas rozándoles la nariz, y
se dedica a gastar el dinero público en banderas. Una bandera es un
símbolo y los símbolos son importantes en todas las sociedades,
sobre todo los que promueven la unión y no van contra nadie. Pero me
parece que un buen gestor público, antes de gastarse el dinero del
pueblo en símbolos, tiene que atender a las necesidades reales y
básicas de la ciudadanía. Hablo, por ejemplo, de los árboles, de
los pájaros y de la limpieza, como podría hablar de la recogida de
la basura, de la cultura, de las infracciones de tráfico sin
controlar o del número de sus cargos de confianza. Ya era bastante
conocido el señor alcalde por su muy personal concepto de lo que es
la democracia, por el poco respeto con que trata a las feministas
-seguramente cree que sólo las mujeres pueden ser feministas-, por
su irrespetuoso trato a la oposición, por su colaboración con la
ultracatólica Fundación Educatio Servanda o por su aversión a todo
lo que suene a LGTBI. Durante la última semana del Orgullo Gay se
negó a colgar la bandera multicolor en el balcón del Ayuntamiento,
pero ahora quiere pasar a la historia, no como quien cuidó con mimo
su ciudad, sino como quien regaló banderas de las que le gustan a
él. Tengo la impresión de que nos trata como si fuéramos tontos.