En esta lamentable sociedad en la que
vivimos, la preocupación básica de cualquier persona es la de
sobrevivir.
En el campo general de la vida,
sobrevivir significa convivir y vivir. Entiendo por convivir la
organización de la parte privada, cotidiana, hogareña de la vida.
Cada cual elige su pareja (o las que quiera) según le parece y
trata, conviviendo con ella, de compartir el día a día y los
elementos más íntimos de la vida. O no elige a nadie y convive
divinamente consigo mismo.
Pero sobrevivir no es ni puede ser sólo
convivir. La vida no tiene límites y la riqueza vital no puede
reducirse al estrecho margen de la convivencia. Ni la alegría, ni la
solidaridad, ni las relaciones, ni la conversación, ni el
intercambio, ni el aprendizaje, ni el amor, ni una vivencia sana
pueden realizarse con deseos de plenitud limitando la vida a la
convivencia. Es necesario abrir las puertas y desarrollar nuestra
dimensión social. Es imprescindible vivir con los demás, con los
amigos y amigas, con los vecinos, con las personas que pasan por
nuestro mundo cada día, con todos.
La vida, aunque se trate sólo de
sobrevivir, tiene el suficiente potencial creativo como para que
intentemos ponerle puertas que la encierren.