Hay una tradición de masas por la que
mucha gente piensa, dice y hace las mismas cosas, sin más
justificación que la de que siempre se ha hecho así.
Hay otra tradición, más personal, por
la que una persona hace siempre lo mismo, por la única
razón de que se ha acostumbrado a hacerlo.
Las tradiciones son criterios externos,
no interiorizados, que seguimos mecánicamente, sin que nuestra mente
se haya parado a pensar si tienen sentido o no. Se hace algo porque
se hace, y eso es suficiente.
Ese es el peligro de las tradiciones.
Si no las criticamos, si no analizamos si son convenientes o no, si
no pensamos si nos convencen o, por el contrario, tenemos que
desecharlas, corremos el riesgo de que se adueñen de nosotros, nos
despersonalicen y hagamos las mayores tonterías imaginables, aunque
sean muy tradicionales.
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