-Tengo mucha ilusión contigo, porque eres una mujer hecha y derecha.
-Te comento todo lo que hago. Se trata de compartirlo todo, que te sientas conmigo protegida.
Él hablaba en voz alta con toda naturalidad. El
altavoz del teléfono móvil tenía muy elevado el volumen de sonido.
Lo que ella le contestaba se oía, pero no se distinguía muy bien
lo que decía. Se sabía que tenía una pierna escayolada y que, de
vez en cuando, le pedía que esperase un poco.
-Me gustas mucho y quiero darle envidia a los demás contigo. Eso es lo bonito ¿no?
-Soy un tío orgulloso de ti, joder. ¡Vaya mujer que tengo! ¡Qué envidia doy!
Ella,
a veces, contestaba. Otras, emitía unas risitas. Otras, callaba y
le dejaba hablar.
-Yo estoy muy bien contigo, no en el concepto de objeto, sino de persona.
-Eres la sencillez personificada.
Él
era gordo. Estaba como depositado en el asiento y, con la mano que
le dejaba libre el teléfono, procuraba echarse para atrás unos
pelillos rebeldes que le nacían en la frente y con los que intentaba
inútilmente taparse la calva que le ocupaba casi toda la cabeza.
-Juega mucho el interés y el egoísmo.
-El único interés que puedo tener contigo es hacerte feliz.
El
gordo se metía con frecuencia el dedo en la nariz y luego lo posaba
en el asiento de al lado.
-Si voy al fútbol o a tomar unas cañas, quiero ir con mi pareja.
El
gordo insistía una y otra vez en meterse el dedo en la nariz.
-Te espero. Me llamas.
Colgó.
Parecía que la conversación seguiría en breve. Introdujo el móvil
en el bolsillo de la cazadora, se pasó la mano por la cabeza y por
la cara y enseguida se quedó dormido. El autobús llegó a sus
destino, pero él no se enteró. Los pasajeros nos miramos
brevemente al salir. Parecía que nos habíamos quedado con ganas de
saber si a ella le gustaba ser objeto de la envidia de los demás,
si lo acompañaría al fútbol y qué opinaba de él, pero la
ocasión de satisfacer la curiosidad no se presentó.
Buenas noches.
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