Once de la noche. En la parada del
autobús en un intercambiador de transportes han instalado una
especie de barra ancha, para que los viajeros puedan apoyarse y hacer
así más llevadera la espera. Llegamos y hay una chica de unos
veintipocos años sentada hacia la mitad de la barra. Es la única
que está apoyada. Toda la parte del principio está libre y en la
del final hay un espacio en el que no caben dos personas. Está
acompañada de un señor, de pie, con una cazadora de cuero sobre la
que ha caído abundante caspa. La chica viste una chaqueta de corte
de color verde botella, con aspecto de ser la que usa en su trabajo. Le pido,
por favor, si se puede echar un poco hacia adelante, para que
quepamos más personas en la barra. Me mira de manera rara, como si mi
petición fuera una osadía, y se desplaza unos diez centímetros en
la dirección pedida. Le dirijo una mirada que quiere preguntar por
qué no se desplaza más, pero ya no me mira. La comodidad de los
demás parece que no es su problema. Nos acoplamos en la barra como
podemos y, en ese momento, le suena el teléfono móvil. Le llega un
mensaje, que lee en voz alta.
“Eleuterio Sánchez: Que un obrero
vote al PP es un reflejo de la estupidez humana.”
En voz alta,
con cara de estar ofendida y en un tono de odio, añade:
“Y ¿quién
será este Eleuterio Sánchez? Él sí que es un estúpido. Seguro
que es de izquierdas. Hay que ser verdaderamente estúpido para decir
estas cosas”.
Sin cambiar la expresión de odio, siguió hablando
con su acompañante. Madrid. Octubre de 2016.
Buenas noches.
Buenas noches.
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