Te acostumbraron desde que naciste a
creer que había milagros, que las situaciones difíciles te las
arreglaban desde arriba. Sólo tenías que pedirlo mucho y hacerlo
con convicción, pero sin que fueras tú quien cargaras ni con el
peso de la situación ni con su arreglo. Un día te diste cuenta de
que estos negocios eran una farsa, aunque tuvieran la enorme ventaja
de que te tranquilizaban, de que te sumían en un estado secundario,
en el que lo que sólo había que hacer era pedir, rezar, suplicar y
esperar. Cuando un día descubres que estas solo, que nadie te va a
arreglar tus problemas por mucho que lo pidas, cuando te das cuenta
de que la vida es más cosa del conocimiento que de la fe, entonces
el mundo y la vida se te caen encima y te convences de que tienes que
remangarte y ponerte a trabajar si quieres conseguir algo; que si
enfermas, es cuestión de que los médicos se pongan a curarte y que
de poco vale que tú reces; que si tienes un problema con alguna
persona, lo tienes que solucionar tú y que nadie desde no sé qué
escondido lugar te va a echar una mano. Descubres que las creencias
producen gente inmadura, débil, dependiente y de argumentos
extraños. Si quieres crecer, tienes que ser tú, con tu trabajo y
con tu sufrimiento, quien crezcas. Antes, cuando estabas nervioso o
angustiado, ibas a la iglesia con la esperanza de salir de allí
reconfortado, igual de inmaduro, pero más tranquilo. Ahora hemos
aprendido que los médicos, la química y el deporte son capaces de
hacer que tomes conciencia de tu situación y de que seas tú quien
salga adelante. ¿Por qué nos acostumbraron desde pequeños a eso
tan cómodo de los milagros para que luego se quedara en nada? En qué
mala hora lo hicieron.
Buenas noches.
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