Hoy he ido a comprar a un supermercado
muy conocido. No sé si será por causa de la Luna, del eje magnético
o del Gobierno, pero había un clima raro allí dentro. Todo el mundo
iba a mucha velocidad, te atropellaban con los carros, se te echaban
encima o se paraban transversalmente con el carro en la mitad del
pasillo y tenías que pedir permiso para pasar. Iban, en general, con
descaro a lo suyo. Lo peor fue que vi a dos o tres parejas con unos
comportamientos similares. En cada una, el hombre parecía, por la
hora que era y por su edad, que era un parado. Todos tenían caras de
enfadados, de estar de mal humor. Las mujeres parecían deprimidas,
como ausentes, con la tristeza incrustada en sus caras. En todas esas
parejas el hombre trataba a la mujer como si fuera una tonta inútil
que no se enteraba de nada. Ellas se dejaban tratar así, como quien
no tiene más remedio que aguantar y como si no pudieran hacer otra
cosa. Se me vino el alma a los pies. Menos mal que en la cola de la
caja me tocó detrás una señora de estas que no te dejan espacio
vital, que se pegan como una lapa y que te ponen la cesta en los
talones impidiéndote el movimiento. La molestia que me producía el
comportamiento de esta señora me hizo olvidar las caras de las
señoras maltratadas por sus parejas. No quiero ni pensar cuántas
habrá así, cuanto sufrimiento, de ese que no sale en televisión ni
en la prensa ni en la radio, habrá escondido por este país. Buenas
tardes.
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