sábado, 18 de enero de 2014

Buenas noches. Sus manos





Cómo me gustaban sus manos. No eran muy grandes, pero sus dedos eran elegantes, finos, como de porcelana. Si deslizaba mi mano por las suyas, notaba una suavidad que la acusaba con todo el cuerpo, como cuando hueles un perfume de esos que logran que te olvides de que existes. Siempre llevaba las uñas muy cuidadas, bien cortadas, muy limpias y con una ligera capa de brillo. Le gustaba llevar un solo anillo, pero grande, enorme, como si pretendiese que nadie se fijara en la mano y que pusiera toda su atención en el anillo. Eran unas manos delicadas, preciosas. Y, además, eran sus manos.

Han pasado algunos años. Las manos, al igual que los tobillos, son testigos muy elocuentes del paso del tiempo. Ahora las manos siguen siendo preciosas y delicadas, pero las notas de porcelana ya no son tan evidentes. Ahora, más bien, son unas manos vivas. Han aprendido a querer. Deslizar mi mano por las suyas me sigue pareciendo un lujo, pero entrelazar nuestros dedos o tomar su mano para pasear me produce una cercanía y una ternura imposibles de sentir sin ella. Tomar su mano o que ella tome la mía supone una comunicación tan profunda como un abrazo eterno. He aprendido a oír la piel, la parte del cuerpo que habla con más fuerza, y a leer las manos, esos tentáculos de la mente que saben decir mejor que ninguna otra parte del cuerpo lo que se siente con otra persona. Buenas noches.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes expresar aquí tu opinión.