Unos pocos intentan enterarse de cómo funciona en realidad este mundo y del criterio que es mejor emplear para crear una sociedad humana que sea buena y en la que quepamos todos. Leen, escuchan, estudian, cuidan su mente, refinan sus modales, perfeccionan los valores que han aprendido y desean convertirse en seres a los que se les pueda llamar verdaderamente humanos.
Otros muchos aspiran a la uniformidad de la masa. Visten todos con un estilo parecido, cuidando que por sus apariencias no les asocien con un mundo antiguo. Su lenguaje está formado por un número reducido de palabras, más allá de las cuales no entienden nada. Hablan a gritos, ríen de manera estentórea, su gran preocupación es divertirse a toca costa, llevan el móvil como una extensión de su organismo y no soportan una vida sin ruidos, porque el vacío les causa horror. Cuando a alguno se le desinfla el alma durante un rato, resucita con algún rito primitivo y se reintegra de nuevo a la tribu.
Siguen un patrón adolescente que les dura, al parecer, toda la vida, y que todos aspiran a integrar en su existencia. Es un modelo básico de uniformidad del que no salen porque no sabrían cómo hacerlo. Tienen clara la idea de individuo, pero no la de ser humano. Como individuos, quieren destacar en el grupo, pero sin salirse de él. No lo hacen con el pensamiento, porque no han sido entrenados para esa labor.
Ellas lo suelen hacer con el cuerpo, al que consideran como su arma más eficaz para significarse a través del concepto machista de belleza, del que no saben que participan. Muestran el cuerpo sin ese pudor ñoño de generaciones anteriores, se lo tatúan siguiendo una estética simple, de la que posiblemente sus hijos se avergüencen, y sin pensar que toda la vida no es lo que dura el negocio de la moda de turno. Usan cada vez más el descaro y una cierta agresividad en sus reacciones, y quieren hacer lo que les da la gana como si el mundo se fuera a acabar.
Ellos optan por la fuerza, por la potencia, por la chulería, por lo que consideran más llamativo. Intentan que la vida sea una continua risotada, beben de manera chulesca, fuman lo que les place y en donde les peta, y han logrado separar sin traumas el sexo del amor, para quedarse con el placer como valor supremo.
El único criterio que parece que entienden todos es que tienen que hacer siempre lo que les apetece. Los demás existen, pero como si no existieran. Conceptos como el respeto, no molestar, cumplir las normas, ver las consecuencias para los demás de lo que uno hace o no tratar a gritos a quien intenta defenderse de los efectos de sus actos no tienen gran importancia en sus vidas. El deber no tiene cabida en sus mentes, solo los apetitos. El pensamiento ha caído ante el impulso de los sentidos.
Vinieron a este mundo sin ser llamados y fueron abandonados pronto sin el alimento necesario de la educación. Vagan por el mundo como si estuvieran solos. Hacen lo que les pide el cuerpo, pero sin saber lo que hacen. No quieren caer en las redes del esfuerzo, pero tampoco en las de la explotación, en la que terminan cayendo. La diversión es la forma primordial de huida, porque la integración en esta sociedad les resulta difícil. Exigen a quienes los han traído a este mundo que los mantengan y alargan su etapa de dependencia todo lo que pueden.
Cuando las cosas se ponen difíciles y se les pide una respuesta exigente no siempre están dispuestos a ofrecerla. Algunos incluso se niegan, porque para ellos los demás no representan nada y cualquier salida que signifique un endurecimiento de la vida no están dispuestos a tomarla. Lo que no les apetece es como si no existiera. La razón, la moral, el sacrifico, la comunidad, el bien común, la democracia y el respeto no son más que chorradas.