Estoy en una ciudad, pero en realidad
esto es un pueblo. Vengo de dar una vuelta y de ver las procesiones
de hoy. Lo de las procesiones a mí me parece una muestra de teatro
total. El escenario es la calle. Hay unos protagonistas, con
vestuarios especiales, y el resto de gente hace de secundarios, con
cantantes de saetas espontáneos, con música a veces muy buena, con
colorido, con arte en las imágenes, con ritmo en la marcha de los
pasos que, en ocasiones, se convierten en una manifestación
admirable de compás y de mutua implicación entre la música y el
movimiento. Un ateo divino, como Luis Buñuel, disfrutaba también
viéndolas y hasta era hermano de una cofradía, porque decía que
estos espectáculos hay que financiarlos. Algunos -pocos- parece que
tienen, además, fe y lo viven de otra manera, pero esto ya es cosa
suya.
Lo que ya es otro asunto es que esta
tarde va por la calle la gente empingorotada, con todas las galas al
aire, como si fueran de fiesta. Muchos van de negro riguroso y
algunas, de mantilla. Incluso he visto a un par de amigos míos, que
yo creía que andaban en otra órbita, muy cargados de ropajes
negros. Me parece que esto es ceder demasiado a la tradición, a
costa de la cultura, pero ya digo que esto es un pueblo y que hasta
es posible que a mí, que iba con un chaquetón normal, me hayan
dicho que hay que ver cómo son estos de Madrid.
En fin. Ahora voy a seguir dándome
gusto a la vista a otra ciudad, ésta mayor, pero me parece que más
pueblerina aún. Habrá que quitarse de la cabeza esta noche estas
chocheras pueblerinas para poder dormir a gusto. Tú, ya sabes,
recuerda lo bueno que te haya dado la vida hoy, que es una buena
forma de relajarse, respira bien hondo, como recomienda Nuria Ramón,
y mándanos un buen chaparrón de cariño. Buenas noches.