20 de enero de 2020
Hay mucho ruido en el mundo.
Hay demasiado ruido en el mundo.
Todos hacemos ruido, individual y colectivamente.
El sistema social, político y económico hace mucho ruido.
El capitalismo hace una cantidad insoportable de ruidos: propaganda, asaltos por la calle, ofertas de todo, llamadas telefónicas a horas intempestivas, desigualdades, que son, en sí mismas, ruidos, inserciones impresentables en internet...
La ignorancia hace mucho ruido, sobre todo en quienes quieren imponer el poder por la fuerza y en quienes desean a toda costa tener el poder, porque lo necesitan para los negocios, pero también en la gente de la calle, que no calla, ni aprende, ni se lava, ni respeta, ni parece, a veces, humana.
La tecnología hace mucho ruido, cada vez más.
La mala educación hace un ruido atroz, a veces insoportable, porque el embrutecimiento se está convirtiendo en la aspiración inconsciente de muchos.
En medio de tanto ruido, algunos tipos raros, que no queremos tragar cualquier cosa, que aspiramos a un mundo mejor, que perfilamos cada día un sentido humano de la vida, necesitamos, a veces, con una necesidad parecida a la de respirar o con la sangre consumiéndose en un hervor o con la furia que provoca el bruto, gozar del silencio, de un rato de silencio, de la paz del silencio.
El silencio es el añorado regalo que nunca llega.