El 8 de marzo seguimos celebrando -no
sólo en clave festiva, sino también, lamentablemente, aún
reivindicativa-, el Día Internacional de la Mujer.
Creo que deben ser, al menos, dos los
objetivos de este día: crear conciencia entre los hombres y las
mujeres del machismo que está incrustado en las estructuras de la
sociedad y, segundo, cambiar estas estructuras para que la situación
de discriminación, tantas veces grave, que viven las mujeres
desaparezca.
A lo largo de la historia de la
humanidad posiblemente el descubrimiento de mayor trascendencia e
importancia que se haya realizado es el del que podemos denominar
Principio de Igualdad que, como ya han hecho otros,
podríamos expresar diciendo: Todos diferentes, pero iguales.
A estas alturas sólo cabe explicarse
por una ignorancia grande o por una mala voluntad injustificable que
haya personas para las que las diferencias físicas o de pensamiento
sean más importantes que la igualdad de derechos que deben poder
gozar todos los seres humanos, sea cual sea su sexo.
Es evidente que todos somos diferentes:
en el sexo, en el color de la piel, en el color de los ojos, en la
orientación sexual, en el lugar de nacimiento, en la manera de
pensar, en los gustos y en casi todo. Pero junto a esto, ningún ser
humano debe olvidar que todos somos iguales, que todos somos
personas, ciudadanos y que todos tenemos los mismos derechos. No
admitir esto a las alturas que estamos de la evolución de la
humanidad es autoproclamarse como de bajo desarrollo mental y vital.
Son muchos los intereses que animan a
los machistas a seguir creyendo -e intentar hacer creer- que los
hombres son superiores a las mujeres y que en la sociedad lo
masculino debe ser más importante y debe prevalecer sobre lo
femenino. Quieren poder dominar a las mujeres, convertirlas en seres
obedientes, en sumisas suministradoras de placer, en mano de obra
barata en casa, en objetos bellos y en seres que nunca sobresaldrán
por encima de las cualidades de los hombres. El machista busca el
imperio de lo masculino a costa de la igualdad.
Por eso, desde los puntos de vista
ético, educativo, político, laboral, económico, social, familiar y
cualquier otro que podamos concebir, el gran objetivo a conseguir, el
gran valor a realizar debe ser el de lograr la igualdad de derechos
entre todos los seres humanos. La sociedad no cambiará, ni para las
mujeres ni para nadie, mientras que las igualdades concretas y reales
no sean las que inspiren la organización de la sociedad.