lunes, 4 de abril de 2011

Ensoñaciones



Con frecuencia la vida se hace pastosamente insoportable. La rutina nos termina inyectando en la sangre anestesia existencial. El ruido de las palabras vacías nos llena la mente de nada. Las imágenes que nos llegan por todas partes nos convierten los ojos en puertas cerradas por donde no pasa nada hacia la mente. La realidad parece cubierta por una crema espesa en donde los zapatos del alma se quedan pegados y desde donde cuesta un triunfo levantar un pie para hacer cualquier cosa. Vamos a veces como embotados, como insensibles, como sacos de serrín poseídos por algún automatismo que nos lleva o que nos trae o que nos deja en algún lugar.

De esta molesta inexistencia queremos, sin embargo, salir. Unos apuntan hacia el placer y se dejan arrastrar mientras dura el tirón. Otros aparcan su vida en el bar. Algunos se regodean en su mala suerte en el juego para convencerse ante nadie de que no tienen nada que hacer en la vida. Todo consiste, esos días, en huir de uno mismo hacia la fatalidad.

En medio de esta miseria perenne aparece alguna vez la magia de las palabras. No es que captemos el significado que encierran esas palabras, sino que nos quedamos en unos sonidos que nos remiten vagamente a ciertas situaciones agradables en las que nos abandonamos. Oyes hablar de amor, del jardín, de tus manos, de su presencia, de las flores, de un te quiero, unos labios o unos pechos, de una ausencia, del corazón partido, de un alma enamorada o hasta de la democracia y se produce en nosotros una ensoñación, una creación gratificante, que nos hace olvidar por un instante que vivimos en una mierda de mundo y que la vida podría ser mucho más bella si, en vez de andar huidos en sueños, hiciéramos alguna que otra cosa conveniente y necesaria.

Estos sueños, estas ensoñaciones, también se quitan durmiendo. O, quizás, llorando.

viernes, 1 de abril de 2011

jueves, 31 de marzo de 2011

Miedo


Desde que nací el miedo me impidió ser yo. Me bautizaron pronto por miedo a que, si me moría, no fuese al Cielo. Me hablaron pronto de Dios y, más que de la necesidad o de la conveniencia de ser bueno, me insistieron en que debería cumplir los mandamientos, por miedo a que, si no lo hacía, me condenase. Me dijeron que tenían que respetar al maestro y a los profesores, no por ningún motivo razonable y comprensible, sino por miedo a que me castigasen. Poco a poco y con una naturalidad indolora, el miedo se fue coinvirtiendo en el núcleo central alrededor del cual se iba organizando mi vida y en el criterio para decidir cualquier actuación. Siempre había alguien que no fuera yo preparado para vivir mi vida a través del miedo, sin contar realmente conmigo. Ni siquiera yo me planteaba la posibilidad de ser realmente yo mismo.

Cuando la vida me fue invitando a que yo fuera yo, el trabajo que me costó resucitar fue tremendo. Aún hoy no sé si he resucitado del todo porque no sé si, a pesar del esfuerzo realizado, he vencido completamente al miedo. Durante mucho tiempo el miedo al más allá me fue llevando al miedo al más acá y ambos, para que yo me pudiera sentir convencido de lo que hacía, se materializaban en el miedo a la vida, en el miedo a vivir.

En la medida en que he podido ir matando el miedo, he podido ir naciendo yo y he podido ir viviendo mi propia vida. He tenido que ir quitándome disfraces, costumbres, manías, prejuicios absurdos, prácticas estúpidas y extraños cuentos macabros instalados en mi mente. Al final, casi desnudo, he aparecido yo. En realidad, he aparecido yo, pero felizmente acompañado, porque al aparecer me he encontrado conmigo mismo.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Agobio




Hay que vivir porque merece la pena hacerlo, pero no se puede vivir de cualquier manera. La vida tiene sus propias constantes vitales. Hay, por ejemplo, unos límites de velocidad que no se pueden sobrepasar sin que se resienta la vida. Hay un determinado número de temas que se pueden tener en la cabeza sin que pases por la vida con pocas ganas de vivir. Es necesario tener un tiempo propio para que uno pueda hacer lo que realmente le dé la gana, incluso para no hacer nada. Comer y dormir no pueden hacerse de cualquier forma ni, mucho menos, con rapidez. No se puede uno olvidar de que existe la Naturaleza, de que conviene mirarla y admirarla y de que se puede gozar con ella porque es bella. El teléfono o Internet no pueden sustituir al beso, al abrazo. Hay que poder escuchar a los amigos, tocarlos, besarlos, ponerles la mano en el hombro y apretarlos. Hay que poder tener tiempo para que el amigo te escuche, te toque, te apriete, te abrace o te diga lo que te tenga que decir. Hay que cuidar el cuerpo andando o haciendo deporte, pero sin que sea una obligación, sino un gusto. No tienes que ser el dueño de tu vida, sino no impedir que la vida se adueñe de ti. Cuando esto no ocurre, aparece el agobio. En el agobio falta el tiempo, falta el espacio, falta el aire fresco, falta la salud, faltan las personas y faltas verdaderamente tú.

Sé que hay vida, pero vivir no es simplemente estar o moverse o hacer cosas. La vida, para que sea vida, debe ser una vida humana, en donde crezca el ser humano, en donde las relaciones del ser humano con el mundo sean creativas, constructivas, positivas, enriquecedoras, repetibles, si a uno le satisfacen, hasta la eternidad. El agobio mata la vida. Fíjate bien: el agobio mata los sentidos. Cuando desaparece el agobio, hueles el aire, ves lo que estaba ahí y antes no veías, saboreas lo cotidiano, sientes y descubres, con los pulmones llenos y con una sonrisa, lo que significa tener ganas de vivir.



martes, 29 de marzo de 2011

Túneles


Uno pasa en la vida por muchos túneles. He aprendido a mirar atrás cuando salgo de cada uno de ellos. A veces he descubierto que los podía haber atravesado de otra manera, y seguramente lo habría hecho si hubiese sido avisado por alguien. Pero aunque este descubrimiento siempre me ha fastidiado, he procurado aprender del suceso. Entre lo que fue y lo que pudo ser siempre hay algo que puede servir para que la salida del túnel siguiente pueda ser mejor.

lunes, 28 de marzo de 2011

Lo viejo y lo nuevo



Lo nuevo sale de lo viejo. Lo viejo tiene que haber sido de tal manera que haya podido permitir la aparición de lo nuevo. Sólo así podrán coexistir lo viejo y lo nuevo. Si lo viejo es cerrado, absoluto, totalitario y se considera como lo único posible, entonces lo nuevo tendrá que ir contra lo viejo e impedir su existencia. Lo nuevo, por su parte, no debe ser viejo y debe ser consciente de que debe evolucionar, de que va a evolucionar, lo quiera o no.

Lo viejo se puede crear como si fuera nuevo, sabiendo que con ello se engaña o sin saberlo. Es la consecuencia peligrosa de la ignorancia o del interés oculto.

El arte de vivir está, por una parte, en no dejarse engañar por quienes están confundidos con lo nuevo viejo y con lo viejo nuevo o por quienes confundirte y paralizarte. Y por otra, y sobre todo, en estar atento y no dejar de oír la melodía de la evolución, del cambio, del progreso, en no ser nunca viejo, en  estar siempre haciéndose nuevo.