Leo desde el tren, al pasar por los alrededores de Sevilla, la siguiente pintada:
“Soy un gordo bonito, pero soy un gordo”.
El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
El individualista no valora la libertad, sino que la adora. Cuando alguien le habla de los demás, de propuestas sociales o colectivas, se le encienden las luces rojas de las entrañas, invoca su inquebrantable fe liberal, se abraza a su necesidad de poder hacer lo que le venga en gana y le reza a su dios político para que castigue a quienes osan poner la igualdad por encima de la libertad. Este dios liberal predica e intenta hacer también lo que le da la gana, lo que más le conviene, y sabe que hay muchos fieles que le profesan una interesada adoración sin medida. El problema de esos fieles es que no se dan cuenta de que el liberalismo es piramidal y que el que está arriba, sea en el escalón que sea, siempre hace lo que le da la gana a costa de los que están abajo, a los cuales explota y oprime. Y los que están muy arriba temen, además, la eventual rebelión de los que están abajo, que pueden decidir en algún momento poner a otro, cuando su fe les lleve a imaginar que este otro les va a permitir ejercer más libertad que el anterior. Son incapaces de ver cumplida la fe que profesan y juegan entre ellos y con nosotros basándose en la explotación y en el miedo.
El periódico lo compro todas las mañanas en una papelería que está en el camino desde mi casa al autobús. Me suele atender un señor que a veces se pone a desayunar en la propia papelería a las horas punta, pero que es muy amable. Suele despedirme con la expresión “Que tenga un buen día”, que a mí me sabe más a expresión atenta que a rutina.
Pero de vez en cuando, en su lugar está un tipo estéticamente desagradable, que grita más que habla y que se expresa como si quisiera dar a entender al mundo que allí manda él, más incluso que el pobre cliente que entra allí con toda la prisa metida en el cuerpo. Un día, no hace mucho, cuando le pagué el periódico y le dije “Adiós, buenos días”, por toda contestación me soltó “Venga”.
No trago esta dichosa expresión. Ni la entiendo ni me parece que tenga la menor dosis de elegancia. Parece una orden, o la sugerencia de que te quites pronto de en medio porque hay otras muchas cosas que hacer. En todo caso, la considero como una muestra más de la cada vez mayor ausencia de significado en el uso del lenguaje en la vida cotidiana.
Me explico. Creo que crece esa manera de vivir que consiste en decir y hacer cosas sin ser conscientes de lo que se dice o lo que se hace. Por ejemplo, saludar significa desear salud a quien te encuentras o querer que tenga un buen día o, al menos, tener un detalle cariñoso con esa persona. No sé cuál será el significado de “Venga”. No es el único caso. Todos los elementos positivos y agradables que tiene la realidad quedan subsumidos hoy en la expresión “Qué guay”, que sabe Dios (o no) qué significará de manera concreta. Al igual que “mola”, o “es lo más”, o la manía de calificar cualquier pequeña subida de tono en alguna cualidad como “super, mega, hiper”. Cuando tal subida sea verdaderamente significativa, no sé qué expresión se usará para designarla. Por no hablar de la funesta manía de soltar expresiones en las que falta el sujeto o el verbo o cualquier otro elemento que contribuya a expresar el significado.
Ojalá me equivoque, pero me parece que vamos volviendo de prisa a la era del gruñido, a la forma sin contenido, a la apariencia vacía, a la nada rellena de ruido.
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Si quieres impresionar, huye de lo impersonal. No uses lo que se lleva porque se lleve. Ni pienses lo que se piensa porque se piense. Desarrolla la creatividad, fomenta la crítica razonada, nunca la caprichosa ni la absurda. Acostúmbrate a ponerte en el lugar del otro antes de hablar o de actuar. No te olvides de que a pesar de las diferencias, todos somos iguales, tenemos los mismos derechos y debemos dar y recibir el mismo trato. Aprende a valorar los riesgos y no renuncies a ellos de antemano. No confundas lo que tiene gracia con lo que no tiene ninguna. Descubre la importancia de los pequeños detalles. Convéncete de que una sonrisa tuya le puede cambiar la vida a una persona durante no se sabe cuánto tiempo. Sé cariñoso. Sé cariñosa. Si a alguna persona no le gusta que seas así, no lo seas con ella, pero no dejes nunca de ser cariñoso ni cariñosa. Si necesitas algo, dalo tú antes. Sé generoso y tolerante mientras no te saquen de los límites de lo razonable. No mientas. Que tener información sea importante para ti. Cuídate para estar en las mejores condiciones posibles para hacer algo por los demás. No molestes nunca. Intenta preguntarte siempre el por qué de todo, aunque tengas que conformarte muchas veces con un porque … Valora la sencillez y la claridad. No te refugies en las paredes, que suelen estar sucias e invitan a descansar. Participa en todo. Reflexiona sobre lo vivido. Huye de los prejuicios. No te adocenes. Sé tú.
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Excelentísimo señor presunto delincuente:
Le agradezco mucho que tanto usted como el Ilustrísimo señor juez que le atiende me hayan hecho ver con claridad que la justicia no es ni el ideal de una organización de la sociedad ni el procedimiento para que resplandezca el bien y sea perseguido y eliminado el mal. Por el contrario, me han convencido ustedes de que es un entramado legislativo en el que cae el pardillo que no sabe dónde están los agujeros. En cambio, el que conoce los resquicios, las fisuras y los coladeros entra por ellos con el beneplácito de algún profesional de la cosa, de esos que están siempre propicios a ejercer una diestra liberalidad.
Ni ustedes dos creen en la justicia. ¿Cómo quieren que creamos los demás? ¿Nos toman por tontos?
Ojalá la vida me mantenga siempre lejos de su justicia.
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