viernes, 30 de enero de 2009

Demagogos

Un comentarista del blog de Juan Cruz, Odón Roca, cita una frase de Karl Kraus que merece ser conocida. Es la siguiente

"El secreto de la demagogia es parecer tan tonto como su audiencia para que
esta gente se piense a sí mismos tan inteligentes como el demagogo”

Esta idea quizás ayude a explicar por qué a veces oyendo a algún político parece que te trata como si fueras tonto.


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jueves, 29 de enero de 2009

Fotografxs / 3 / Pierre Gonnord


Retomo hoy la serie de fotógrafos interesantes para mostrar la obra del francés afincado en Madrid, Pierre Gonnord. Tuve la suerte de contemplar su obra el año pasado en Sevilla y en la Galería Juana de Aizpuru, de Madrid. Dos experiencias gozosas.

Gonnord hace una fotografía psicológica, procurando mostrar el alma del fotografiado. No muestra personajes comunes, sino tipos raros, con algo distinto en el rostro que pueda sugerir una personalidad de interés. Pero siempre los dignifica. Por muy excluidos que parezcan, el fotógrafo les da un aire de nobleza que nos hace olvidar su origen o su posición para resaltar su carácter humano.

La técnica que usa recuerda la de los grandes pintores barrocos, con un dominio de la iluminación y de los fondos para que realcen los detalles y la profundidad del retrato.

Las fotografías de Gonnord suelen ser de gran formato, con lo que su contemplación gana en espectacularidad.


La página del autor puede consultarse aquí.

Hay un artículo interesante sobre Pierre Gonnord que puedes ver aquí.

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miércoles, 28 de enero de 2009

Madrid por todo lo alto / 10

El cielo de Madrid es un cielo que, debido a determinadas características orográficas, te ofrece con mucha frecuencia unas estampas insólitas, bellísimas, un verdadero espectáculo que se puede disfrutar casi a diario. Algunos pintores, como Velázquez, por ejemplo, supieron plasmarlo en sus lienzos con una gran belleza.

Pongo aquí algunos fotografías tomadas desde la azotea del Círculo de Bellas Artes.










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martes, 27 de enero de 2009

Limpiando la mesa / 6 / Asombro




Nació en la ciudad en la que las calles, empapadas de olor a azahar, pueden llevarte rápidamente a alguna iglesia barroca, en la cual el lado trágico de la realidad se asocia con el arte bajo el manto de lo que llaman religiosidad. Se formó en la tierra en la que la Ilustración cobró fuerza y potencia con Kant. Ingirió el espíritu de Kant hasta destrozar sus libros a fuerza de subrayarlos, anotarlos, llevarlos consigo y releerlos. Nunca perdió de vista la cuna de la filosofía, el lugar en donde por primera vez se pudo hablar racionalmente de la belleza, de la verdad y de la justicia. Y ahora vive del asombro, de la palabra, de la razón, del pensamiento, convencido de que son los medios con los que un hombre se hace bueno.



Emilio Lledó (Sevilla, 1927), querido y admirado hoy por cualquier persona con sensibilidad y con ánimos racionales, publicaba el pasado domingo 18 de enero, en El País Semanal, un artículo titulado ‘Lo bello es difícil’, en el que glosaba la imponente exposición que hasta el 12 de abril puede contemplarse en el Museo del Prado, con el nombre de ‘Entre dioses y hombres’. Se trata de una colección de 60 esculturas clásicas procedentes del Museo Albertinum, de Dresde, junto con otras existentes en el propio Museo madrileño. Es una ocasión buena y única para admirar, por ejemplo, el “Emperador Clodio Albino” o la espectacular “Ménade de Dresde”.

Quiero resaltar aquí sólo un par de párrafos del artículo de Lledó.



Al entrar en el Prado para recorrer con la mirada la exposición, no podemos por menos de recordar una palabra maravillosa de las muchas que hemos heredado de la
cultura griega y que, espero, no se nos vayan olvidando. Esa palabra es el "asombro" (thaumasía). Parece que fue esta extrañeza ante los misterios del mundo, ante la armonía de los astros, ante la luz y la belleza que podían mostrarnos, lo que provocaba ese asombro. Asombrarse suponía descubrir lo "otro" y saber establecer esa distancia que nos permite entender. Si vivimos saturados de entorno, aplastados de noticias que no queremos o no podemos discernir; si no sabemos intuir esa lejanía necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar lo que nos rodea, estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad y, por supuesto, la inteligencia. Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos.

Una experiencia asombrosa es, pues, la visita a esta exposición de esculturas del Museo Albertinum de Dresde y el Museo del Prado. El primer momento de asombro, de distancia ante tanta belleza, es el que nos lleva a pensar que fueron ellos, los griegos, quienes la inventaron al debatir largamente sobre esa palabra "bello" (kalós), que junto con la "verdad" (aletheia) y la "justicia" (dike) marcaban y nutrían el espacio de la cultura, de la paideia. La cultura, entendida no como un bloque de artes, conocimientos y saberes, sino como un proceso, una construcción encarnada en la estructura natural, la physis; un dinamismo que convertía a ese animal atado a todos los instintos de los otros animales en animal que con el logos, con la palabra, con la capacidad de entender y crear, trascendía los límites de su propia animalidad y entraba así en un territorio absolutamente nuevo, el territorio de lo humano. Y en él, no sólo la palabra nos distinguía, sino también la mirada: el aprender a mirar y, desde esa mirada, descubrir el querer, el amar.


La vida humana o el camino que va desde el asombro hasta el amor.


Amamos el conocimiento, amamos el saber, pero sobre todo amamos la vida. La vida
que nos ofrece el gozo de los sentidos.


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lunes, 26 de enero de 2009

¿Por qué se ofende este hombre?


El ciudadano Antonio María Rouco Varela, cuya única profesión conocida es la de sus creencias, que ya es para echarse a temblar, me está empezando a calentar las castañas.

Cuando el ciudadano Rouco dice creer en dios, yo, que no profeso tal creencia, no me siento ofendido por ello ni por él. Tampoco creo que ninguna persona razonable, sensata, adulta, con un sentido maduro de la democracia, tolerante, ocupada en vivir su vida y que no tenga las creencias que pregona el citado ciudadano se sienta ofendida por que este señor crea en lo que cree.

Cuando el ciudadano Rouco prohíbe a sus seguidores el uso de condones y, en general, de métodos anticonceptivos, yo no me siento ofendido. Me parece una monstruosidad más propia de alguien por quien aún no ha pasado la Ilustración y que, ante el fenómeno del SIDA y el de los embarazos no deseados, se empeña en mirar hacia otro lado, que de personas que ocupan puestos destacados en una organización, aunque ésta sea religiosa. Sé que muchísima gente está en contra de ese disparate, pero no por eso se sienten ofendidos. Allá cada cual con lo que dice y con lo que obedece.

Si toleramos que el ciudadano Rouco crea en lo que cree y que diga lo que dice, ¿por qué entonces el ciudadano Rouco, ante la presencia de autobuses en los que se dice que “probablemente dios no exista”, dice lindezas tales como que “los medios públicos no deberían ser utilizados para socavar derechos fundamentales” o que los creyentes tienen derecho “a no ser heridos y ofendidos en sus convicciones”? ¿Todavía no se puede decir en público que, según alguien, dios no existe, porque quien cree que sí existe se ofende? ¿Tan débiles son esas creencias que la postura contraria se vive como una ofensa? ¿En qué siglo habita este ciudadano? ¿Y en qué siglo quiere que habitemos los demás?

El ciudadano Rouco se atreve, además, con una osadía que linda con el mal gusto, a pedir a las autoridades –que, por lo que se ve, cree que están a su servicio- que “tutelen como es debido el derecho de los ciudadanos a no ser menospreciados y atacados en sus convicciones de fe”.

Quiero que sepa el ciudadano Rouco que yo no me callo ni me voy a callar porque su hipersensible (para lo que le interesa) personalidad se sienta ofendida. Que él no es nadie para decirme a mí lo que puedo decir y lo que no puedo decir. Que me siento con todo el derecho del mundo a expresar lo que pienso y a avisar a mis conciudadanos de lo que me parece una actitud antidemocrática, trasnochada e inhumana. Que si se ofende, que revise con seriedad sus mecanismos psicológicos, porque puede que algo no funcione de manera saludable, racional, cívica o humana en ellos. Que sería bueno que tomara de donde pudiera un poco de sentido del ridículo y, sobre todo, que dejara vivir tranquilos a los demás. Pero ¿quién se cree este ciudadano que es? ¿quién le paga a este ciudadano para que diga estas cosas?

Y a las autoridades civiles les pediría que abordaran de una vez por todas las antidemocráticas normas que regulan las relaciones del Estado con la Iglesia católica. Ya está bien de tolerar lo intolerable.
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domingo, 25 de enero de 2009

Grandes Cortos / 1

Pongo aquí el trabajo que ha obtenido el premio al Mejor Documental en el Festival Internacional de Cortos de Cine del Aljarafe “Espartinas de Cine” de 2008. Relata muy bien lo que fue la movida madrileña.


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sábado, 24 de enero de 2009

Paseando por la vida / 36 / ¿Qué es peor?





Este cartel no es frecuente, pero el problema que muestra, sí. Durante mucho tiempo los constructores han entregado casas hechas de cualquier manera, con defectos de todo tipo y con martingalas variadas han escurrido el bulto y han dejado al comprador con un problema grave de muy difícil solución.

Porque ¿qué es peor? ¿callarse y no dar publicidad al problema o exponerlo en público, como han hecho los que aparecen en la foto de David Francisco? Si te callas, tienes que resolver la situación, si se puede, y seguramente te metas en un buen lío económico y legal. Si le das publicidad, te desahogas, puede que le hagas daño al constructor, pero no vendes el piso ni en broma. La única esperanza es que el constructor te arregle el piso, pero me parece que esto no suele ser común.

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jueves, 22 de enero de 2009

Elegancia / 1


Me gustaría intentar explicar en qué consiste para mí ser elegante.

Lo primero que quisiera decir es que no me parece acertada la idea bastante frecuente de asociar la elegancia a la vestimenta o a los diversos adornos con los que cubrimos nuestro cuerpo. Creo, más bien, que la elegancia afecta a lo que de una manera muy simple y muy inexacta llamamos alma. Me refiero a las actitudes, a las intenciones, a los gestos, a lo que nos mueve a realizar actos que implican una relación con los demás, a nuestros deseos, a la manera de dar cauce a nuestras pasiones, a todo aquello, en general, que está en lo más profundo de nosotros mismos y que constituye el punto de apoyo de lo que somos y de lo que hacemos en la vida.

Yo no entiendo que a un ser humano, cuando actúa como un animal, se le pueda llamar sensata y conscientemente elegante, simplemente porque vaya vestido con un traje bien cortado y de buen paño o adornado con un peinado de diseño. Es muy posible que en cuanto este ser hable, en cuanto actúe, en cuanto se exprese, cualquiera que use la razón podrá comprobar que, a pesar de su aspecto humano, en el fondo de su ser es un verdadero animal. Más o menos bello o bella, su opción vital es la de un animal. Y sólo faltaba admitir que los animales son también elegantes.

Somos lo que hacemos, no lo que decimos, ni lo que vestimos. Y lo que hacemos suele estar más en relación con lo que pensamos o no pensamos.


(continuará)

miércoles, 21 de enero de 2009

Limpiando la mesa / 5 / El odio

Me quito de en medio El País del domingo 11 de enero de 2009, pero antes no puedo dejar pasar el artículo del maestro Manuel Vicent. Se titula El odio. Algunas de las ideas con que construye el artículo hay que pensarlas.

… Para saber lo vulnerable que se siente Israel, no hay más que ver con qué
extrema saña, pareja a la agonía, ataca a un pueblo hacinado en la miseria,
desesperado y prácticamente indefenso. …

Algunas veces he comprobado esto. Detrás de una aparente actitud de superioridad se esconde un profundo sentimiento de debilidad, de vulnerabilidad, de inferioridad. Y conviene estar fino de atención para no confundir una cosa con la otra. El que es verdaderamente superior no sobreactúa, ni necesita ir demostrándolo, ni abusa del más débil. Estas cosas son propias del que se siente angustiosamente inferior.

… el odio de los humillados es el arma de más largo alcance …

Un humillado ¿sabe distinguir el odio de la justicia? ¿Cómo, si no es con grandeza moral, se quita de encima el humillado la humillación sufrida? ¿Y si no hay grandeza moral? ¿Se puede olvidar la humillación? La gran tentación del humillado es dejarse llevar por el odio, que no le quitará de encima el sentimiento, pero que, al extenderlo, le ayudará a engañarse.

…uno no podría vivir hoy con una mínima dignidad si no denunciara este
exterminio perpetrado por los israelíes contra el pueblo palestino, aunque sólo
sea para no despreciarse ante el espejo al afeitarse …

Decía Terencio, en el siglo –II, en su comedia El enemigo de sí mismo, que

“Soy hombre. Nada humano me es ajeno”.

Es la expresión más breve y más rotunda de la solidaridad humana. Asunto cada vez más raro hoy porque no hay solidaridad sin dignidad y ésta anda en época de flaqueza.
… la matanza indiscriminada que Israel impone a la población civil de Gaza es
una catástrofe moral y callar, escurrir el bulto, buscar motivos para
justificarla no deja de ser una bajeza …
La vida a veces te pone delante un espejo para que te mires y para que veas cómo eres. Si no te miras al espejo es no sólo que no te gustas, sino que no tienes valor para ser como te gustaría ser. No te falla la razón. Te falla la voluntad.
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martes, 20 de enero de 2009

Paseando por la vida / 35 / La vida se hace pequeña




Traigo aquí algunas aportaciones fotográficas de las andanzas por la vida de David Francisco, el creador de ese blog fenomenal que es Panda de tolos, que tenía yo alojadas en un rincón del ordenador. Muchas gracias, David, y espero que sigas observando las cosas curiosas de la vida.

Esta primera fotografía es una muestra clara de una situación en donde la vida se vuelve pequeña, en donde los problemillas se ven más grandes de lo que son y en donde no se tiene otra cosa que hacer más que ocuparse de mezquindades y de pequeñeces. Hay veces que esto ocurre cuando se está cansado, pero en otras ocasiones responde a una manera de entender la vida un tanto pobre.
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