A veces la belleza se nos presenta
delante como si se nos apareciera un ejército de bárbaros
dispuestos a conquistarnos la mente y el cuerpo.
A veces la belleza nos sale al paso y
la vida se exalta y los jarrones de nuestras ocupaciones se caen de
repente al suelo y se hacen pedazos de impotencia.
A veces la belleza se manifiesta y el
olvido se hace dueño del momento y de su entorno, como si la memoria
no fuese más que la concentración en lo que contemplamos.
A veces la belleza surge ante nosotros
y el mundo deja de existir y aunque miremos la bondad, la necesidad o
el desastre, sólo vemos la belleza, irremediablemente la belleza.
A veces la belleza se exhibe ante
nuestro ser y nos destroza el sosiego, nos abre todas las espitas de
la vida y creemos, como niños sin criterio, que el sentido de la
vida es esa belleza amanecida.
A veces la belleza nos quita la paz,
nos lleva a inciertas conquistas, nos exagera el deseo, nos cambia el
color de los proyectos y nos hace no ser nosotros, sino fanáticos
militantes de la belleza.
Y, sin embargo, hay algo más allá de
la belleza que es lo que nos seduce, nos conquista, nos secuestra,
nos arrastra, nos enamora. Más allá de la belleza está ella.
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