La sala 1 del Matadero es un espacio
escénico amplísimo, lleno de posibilidades y muy diferente al que
el espectador puede encontrar en un teatro convencional. Las tablas
del escenario están al nivel de la primera fila de espectadores y
las desnudas paredes de la sala puede que produzcan en el público la
impresión de que se está en una especie de pabellón deportivo, en
lugar de en un recinto teatral.
Quizás sea por eso que los
espectadores, ya sentados en sus algo incómodas butacas, no callen y
sigan hablando y hablando -con esa manía que tiene hoy el español
medio, de tener que hablar en todas partes, incluidos conciertos u
obras teatrales-, a pesar de que en el escenario hay ya una actriz,
la genial Berta Ojea, bordando su papel de nodriza barbuda. El
personaje está, es verdad que callado, pero actuando. Tiene que
sonar la voz que recuerda que hay que apagar los móviles y que la
función va a comenzar para que los asistentes se callen. Para
entonces, ya no se habrán dado cuenta de que la nodriza se ha echado
a dormir y que lo que viene a continuación es lo que sueña. La
ambientación de este sueño echa mano de las máquinas de humo. Me
imagino que habrán tenido que contratar un verdadero arsenal de
tales artefactos, tanto por las dimensiones del local, como por el
tiempo que transcurre desde que empieza a salir el humo blanco desde
el fondo del escenario hasta que cesa tal efluvio, con algunos
espectadores ya un poco molestos por la presencia olorosa de tales
emanaciones.
La obra cuenta la historia de Antígona
y de su hermana Ismena, hijas de Edipo, y sus reacciones ante la
muerte de su hermano Polinices. Tras la muerte de Edipo, sus hijos
Etéocles y Polinices deberían ocupar el trono durante años
alternos, pero el primero no cede el poder y Polinices entonces
organiza un golpe de Estado para ocuparlo. Tras la muerte de ambos en
la lucha, ocupa el trono su tío Creonte, un tirano que, con afán de
dar ejemplo al pueblo, decide castigar la actitud de Polinices,
prohibiendo que se dé sepultura a su cadáver y permitiendo que se
pudra a la vista de todos.
Las reacciones de las dos hermanas son
contrarias y prototípicas de las dos posiciones habituales frente al
poder. Ismena, transigente, miedosa y disciplinada, acata sin más el
designio del tirano. Antígona, por el contrario, considera injusto e
inmoral el designio de Creonte y se atreve a robar el cadáver y a
enterrarlo. Antígona representa el ideal de justicia y de
racionalidad. Es la reacción del individuo consciente frente al
poder. Creonte, por el contrario, defiende una visión posibilista,
realista de la sociedad y del poder. A pesar de que entiende los
problemas del ejercicio del poder, acepta asumirlo. Es imposible la
coexistencia de ambas posturas y Antígona termina siendo condenada a
muerte por su tío. Éste, a su vez, recibe las consecuencias de su
decisión sufriendo el suicidio de su hijo, prometido de Antígona, y
de su propia mujer.
La puesta en escena que eligen Rubén
Ochandiano y Carlos Dorrego es muy libre. El policía que aparece en
la obra va caracterizado de payaso, llega montado en un ridículo
triciclo y no acierta ni siquiera a elegir la manera de matar a
Antígona. La nodriza, magníficamente interpretada por Berta Ojea,
es una mujer barbuda. Hemón, el prometido de Antígona, aparece como
un boxeador y Creonte lleva puesta una especie de capa o bata y unas
gafas de sol de una conocidísima marca. Hay un personaje, que va
comentando y casi explicando lo que va ocurriendo en el escenario,
pero lo hace en francés. Quienes no sepan este idioma, tienen que
seguir la traducción simultánea que aparece encima del escenario,
pero sin ver al actor que habla. Me pareció una especie de
distanciamiento, similar al que introducía en sus obras Bertold
Brecht, tendente a que el espectador se separe emocionalmente de la
obra para que intente comprender el mensaje que se quiere transmitir.
El montaje no es demasiado
espectacular. Los actores parecen dedicarse sobre todo a la emisión
del texto, sin dotar de emoción a sus palabras. En este sentido, no
me acabó de convencer Najwa Nimri, a quien a veces me costaba
trabajo entender. Esta actitud de centrarse en el texto, mostrándolo
un tanto frío, me parece observarla en la mayoría de las obras que
he visto últimamente.
A medida que avanza la obra, se va
poniendo muy de manifiesto un paralelismo entre lo que se relata en
el escenario -déspota, las actitudes de las hermanas en relación
con el poder- y la situación que vivimos actualmente en España. Al
final, la referencia es clara y la obra termina con el pasodoble
“Suspiros de España”.
La obra merece la pena verse. De hecho,
yo lo volveré a hacer próximamente.
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