No aspiro a grandes cosas en la vida.
No quiero casi nada para mí. Varias veces me he quedado solo porque
me han dejado así, abandonado, sin una palabra reconfortante, sin
una mano en el hombro, sin una esperanza en la mirada y con la
tristeza pudriendo la sonrisa. Algo se me debe de haber quedado. Hay
momentos en los que aspiro a la soledad, a vivir en un refugio en el
que, aunque la música no es interrumpida, no hay lazos, lo que hay
es nada, la pura paz vacía. Y en una vida así veo demasiado cerca
la muerte, de manera que vuelvo pronto a lo cotidiano, al ruido
sofocando el sonido, a la variedad de reclamos que te impiden
concentrarte. Son esos días en los que parece que no hay más
remedio que vivir.
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