Escucha.
Es la forma más cercana que tienes de
aprender, de ser más, de humanizarte.
Es la manera más respetuosa
de relacionarte con los demás.
Escucha al otro, a los otros.
Son tan
seres humanos como tú, y si te hablan con el respeto propio de los
seres humanos, debes escucharlos.
Plantéate si debes escuchar a quienes
militan en la ignorancia,
a quienes quieren imponer la mentira,
a
quienes juzgan a los demás sin conocer sus circunstancias,
a quienes
no razonan lo que afirman y van pidiendo que creas en sus palabras
huecas,
a quienes piensan, hablan y actúan como si no hubiera nadie
más que ellos en el mundo,
a quienes ponen el yo muy por encima del
todos,
a quienes no quieren la paz real, sino su propia tranquilidad
y la de su tribu,
a quienes odian y promueven el odio y nada más que
el odio.
A todos estos, que solo van a lo suyo, si es que los
escuchas, te sugiero que no les hagas caso.
En cambio, escucha atentamente a
quienes dan muestras evidentes de buena voluntad,
a quienes promueven
un mundo mejor para todos,
a quienes hablan de igualdad, de libertad,
de justicia,
a quienes hablan desde la pobreza, desde la impotencia,
desde el lado bajo de la desigualdad,
a quienes no defienden sus
intereses particulares,
a quienes quieren dialogar y no imponer sus
criterios a los demás,
a quienes no te parezcan más listillos, sino
más inteligentes que tú,
a quienes hayan dado muestras de
generosidad, de nobleza, de comprensión,
a quienes dan más de lo
que piden,
a quienes ofrecen esperanza,
a quienes son víctimas de la
discriminación, de la desigualdad, de la exclusión, del abuso, de
la explotación y de la deshumanización.
Ellos sí tienen algo que
decirte, aunque no pronuncien palabra alguna.
Hay una sordera voluntaria que va
aumentando por todas partes.
Esto hace crecer el grito, el gesto
aparatoso, la expresión exagerada, pero va muriendo en silencio la
palabra sosegada, el diálogo tranquilo, la conversación llena, la
relación rica y la escucha.