He acudido hoy a la convocatoria que el
colectivo “No sin cultura” hizo en la plaza de Santa Ana, delante
del Teatro Español, en Madrid, en protesta por la degradación y la
previsible desaparición de la cultura en nuestro país.
Aunque el público asistente estaba
formado mayoritariamente por actores, yo, que no lo soy, aunque me haya pasado la vida haciendo de actor en clase, acudí porque me sentí
implicado. Creo que la cultura es cosa mía, porque es cosa de todo
ser humano. Sin cultura no hay humanidad. Sin cultura permaneceríamos
todos con los modales de los brutos, utilizando la violencia para
intentar resolver los conflictos. Sin cultura no podríamos
convencernos de que todos somos iguales y de que no podemos
discriminar ni a las mujeres, ni a los que tienen la piel de otro
color, ni a los que han nacido en otros lugares ni a nadie. Sin
cultura no seríamos capaces de ser libres humanamente, es decir,
libres todos, no sólo los poderosos o los ricos. Sin cultura no nos enteraríamos fiablemente de cómo es el mundo en el que vivimos. Sin cultura el gozo
sería chabacano, primario y degradante. Sin cultura lo más delicado
de la humanidad se vendría abajo. Sin cultura la felicidad se
confundiría con los instintos más bajos del animal que llevamos
dentro. Sin cultura no habría más que la alegría bruta del bruto.
Sin cultura hay gobiernos como éste que nos ha tocado sufrir y al
que la historia juzgará por el daño que le está haciendo a la
humanidad.
El símbolo de este colectivo es una
soga al cuello. Así estamos, aunque algunos no lo sepan o no quieran
ver.