Mañana es el Día Internacional de la Mujer. Reproduzco aquí la entrada publicada en este blog el 12/8/2010.
A Paloma.
Una de mis ocupaciones veraniegas consiste en acompañar a mi madre a misa, porque sola no puede ir. Asisto impertérrito a la ceremonia, observo, oigo, juzgo y callo. Pero tengo que oír cosas que resultan de muy mal gusto.
Por ejemplo, el otro día leyó el cura el pasaje del milagro de los panes y los peces. Supongo que lo conoces. Por si acaso, lo puedes leer en el evangelio de san Mateo, 15, 32. Resulta que con siete panes y unos cuantos peces, Jesucristo dio de comer "a cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños". ¿Por qué, a la hora de contar los comensales, se hace la diferencia entre los hombres y las mujeres? ¿Es que éstas son de menos importancia que aquéllos? ¿Cómo se le puede decir hoy, tal como están las cosas, a las mujeres que a ellas "ni se las cuenta", porque realmente no cuentan nada? Y el cura tan tranquilo y los asistentes, igual. Es el machismo divinizado, sacralizado por unas mentes deformadas e incapaces de descubrir qué es un ser humano. Tan ocupados están en el negocio de conseguir la otra vida que no se enteran de lo que están haciendo en esta.
El domingo siguiente, el cura de turno se quejaba de que hubiera gente que no quería que la religión tuviera una dimensión pública, sino sólo privada. Incluso, decía, hay quienes no quieren que tenga siquiera una dimensión privada, sino que no exista de ninguna manera. Son los ateos ignorantes, aclaraba. Lo que defendía el cura era el derecho a expresar la fe religiosa "íntegramente", esto es, en privado y en público.
Desde un punto de vista formal esto está bien. Entronca con el derecho de expresión y debería ser reconocido a los católicos y a todo el mundo. El problema está en que en muchas ocasiones son los propios católicos los que no admiten que otros, que no participan de su credo, puedan también, igual que ellos, expresarse y defender sus ideas. Con esto lo que hacen es autodescalificarse y mostrarse como exclusivistas, intolerantes e inhumanos, porque no defienden ni la libertad para todos ni la igualdad. O sea, un peligro.
Y desde el punto de vista del contenido, el cura defendía el integrismo, es decir, el intento de integrar la religión en la vida de la ciudad, en la política, y que sus posturas sobre el aborto, los métodos anticonceptivos, el divorcio, etc. puedan expresarse públicamente como opiniones religiosas derivadas de supuestos preceptos divinos. La particularidad está en que si alguien, de manera privada, personal, decide no abortar, pues muy bien. Allá cada cual con su vida y sus decisiones. Pero si esto se quiere manifestar públicamente es porque se quiere convencer al vecino, al ciudadano, de que también debe pensar así, con lo que su opinión religiosa se torna en política. Y así algunos pretenden volver al integrismo del siglo XIX, pariente cercano de los fundamentalismos y de las actitudes antihumanas que vemos hoy con claridad en los países que interpretan el Islam en esta clave.
Y ahora nos llega de visita el jefe de esta corriente tan peligrosa para la salud humana, que tiene que recurrir a estas medidas de marketing para intentar convencer a las mentes blandas y miedosas que buscan el sentido de esta vida en otra y que no se conforman con creerse ellos sus propios infundios, sino que quieren que todos traguen sus ruedas de molino.