Hay dos grandes maneras de ser y de estar.
Una, en la que el punto central y determinante de todo es el Yo, y, a veces, el Nosotros. Ambos, el Yo y el Nosotros, vienen indisolublemente unidos a lo Mío y lo Nuestro. Toda la realidad, todos las acciones, todos los deseos y todo lo admisible gira en torno al Yo, con lo Mío, y al Nosotros, con lo Nuestro. Ni el tú ni el vosotros -ni lo tuyo ni lo vuestro- entran en consideración: se prescinde de ellos, como si no existieran. A la hora de decidir qué hacer en el mundo solo cuentan las emociones. La razón perdió toda viabilidad hace tiempo, salvo una especie de razón práctica que facilita la consecución de lo Mío y de lo Nuestro.
Otra es aquella en la que el centro de la visión de la realidad no está en el Yo, sino en el Tú. Más bien, en el Todos y en lo que es de Todos. El yo tiene que vivir, pero nunca olvida que es uno más entre Todos, y que cualquier decisión que tome tiene consecuencias para los Otros. Se trata de lograr el bien de Todos, no solo el mío ni el de unos supuestos nuestros. Las emociones influyen en la toma de decisiones, porque el ser humano no puede prescindir de ellas, pero funcionan juntamente con la razón. Lo irracional se desea evitar en esta visión del mundo, así como el uso privado de lo público o la toma de decisiones que no vayan en beneficio de Todos.
Ambas maneras de ser y de estar se dan hoy, tanto en el ámbito privado como en el público. Es en el ámbito privado en el que cada cual tiene que justificarse ÉTICAMENTE su elección de una u otra manera de vivir.
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