Me gusta ir al teatro, pero no me gusta
ir al teatro de cualquier manera.
En cuanto a la vestimenta, creo que no
se trata de ir como si se asistiera a una boda tradicional, pero
tampoco como si fuéramos a hacer deporte. Procuro afinar
generosamente la pulcritud y elegir una indumentaria propia de
situaciones importantes.
Me parece importante informarme antes
sobre el tema y las circunstancias de la obra que voy a ver, para que
no me venga de nuevas y para entender lo mejor posible lo que se
muestre en la representación.
Creo que también es importante estar un rato en silencio antes de que empiece la función, como metiéndote en el ambiente, como esperando con calma, pero con deseo, lo que te va a venir con la obra.
¿Por qué esta actitud, llamémosla
así, cuidadosa?
Creo que por amor y por respeto al teatro. En el
teatro, un conjunto -mucho más numeroso y laborioso de lo que parece
a primera vista- de personas se dispone a ayudarnos -lo sepan o no-
en la tarea más difícil que tenemos a diario: vivir y procurar
entender la vida.
Es cierto que, a veces, la obra de teatro se limita
a hacerte reír -lo cual es ya bastante-, pero en muchas otras
ocasiones eligen un trozo determinado de la vida y lo analizan, lo
muestran desde un punto de vista que puede que no coincida con el
propio, lo plantean con más claridad o lo solucionan de una manera
nueva. Hay ocasiones en las que hay más vida en el escenario que
entre las butacas. Muchos días sales del teatro pensando,
replanteándote la existencia, habiendo aprendido algo en lo que no
habías caído o impresionado por lo que unos actores y unas
actrices, dotados de un arte peculiar y poniendo sus cuerpos y sus
mentes al servicio de unos personajes, han sabido ponernos ante
nosotros para removernos nuestra conciencia.
Hay que amar el teatro como se quiere
al maestro que te ayuda a vivir y hay que respetarlo como se hace con
el amigo que te dice lo que uno, por sí mismo, es incapaz de ver.
Buenas noches.
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