domingo, 17 de enero de 2016

Buenas noches. El niño




Todos en la casa dormían la siesta. Reinaban el silencio y el calor. Un silencio roto sólo por las campanas de la iglesia, que sonaban tristes, como si no perteneciesen a este mundo o como si no tuviesen ningún mensaje útil que transmitir. Una luz intensa, invasora, quería adentrarse en la casa a través del cierro y, a duras penas, era frenada por las cortinas blancas de muselina. Fuera, en la calle, nadie osaba pasear para no ser víctima de aquel calor y de aquella humedad que sólo invitaban a parar, a estarse quietos, a abrir una pausa sin un final previsto. La vida crecía en aquel niño que quería vivir, a pesar del calor, de la luz y del silencio, pero el niño estaba solo. Nada ni nadie parecía querer acompañar la vida del niño. Estaban solos él y la vida. Sólo le quedaba esperar. No se le ocurrió hacer ruido, ni despertar a ninguno de los habitantes de la casa. Esperó solo y algo triste. Cuando, poco a poco, fueron apareciendo los demás y el calor bajó un poco su agobio y la luz se fue haciendo más cálida, sintió que ya era un poco tarde y que había perdido su momento. Calló y se dejó llevar.

Buenas noches.

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