La ordinariez está creciendo de una manera preocupante y lleva camino de convertirse en un verdadero monstruo social. Las dos últimas veces que me he subido a un autobús he tenido que soportar los olores, los ruidos y las salpicaduras de gente que iba comiendo allí mismo un bocadillo, un bollo o una bolsa de colesterol. Las dos últimas veces que he comido en un restaurante he tenido que aguantar a dos individuos hablando de manera atronadora, como si todo el espacio del local fuese suyo y todos los comensales tuvieran que oír sus estúpidas peroratas. La última vez que he ido a un museo, al Thyssen, he visto cómo los vigilantes tenían que sisear para mandar callar a la gente que contemplaba los cuadros como si estuviera en el fútbol. La última persona con la que me crucé hoy antes de entrar en el lugar donde trabajo tosía sin taparse la boca con nada, echando miasmas al aire como quien tira confetti en el Carnaval.
Cada vez la gente tiene menos normas sociales y las pocas que le quedan no sabe por qué debe cumplirlas. Quizás esto sea lo más grave. El neoliberalismo va poco a poco prendiendo en estos seres antropomorfos empapados de ordinariez.
Cada vez la gente tiene menos normas sociales y las pocas que le quedan no sabe por qué debe cumplirlas. Quizás esto sea lo más grave. El neoliberalismo va poco a poco prendiendo en estos seres antropomorfos empapados de ordinariez.
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Lo peor es que esto ocurre no por falta de cultura, sino por falta de escrúpulos y respeto al que está al lado. Si intentas corregir alguna de estas actuaciones, te mirarán como si fueras un bicho raro pasado de moda. Estamos en la época del "todo vale", en la época del ensalzamiento de la ordinariez. "¡Qué valiente este individuo por mostrar públicamente su 'corazón'!", dicen algunos dedicados al noble oficio de la enseñanza. Y yo que no soy más que una aprendiza, me callo y espero el retorno del sentido común.
ResponderEliminarBueno, desde hace mucho vengo sufriendo los gritos y groserías de algunos conductores, de tal modo que se te quitan las ganas de llevar un coche.
ResponderEliminarY también es verdad que una vez en la calle sufres muchas agresiones: motos ruidosas, coches discotecas, perros sueltos, gente que tira papeles al suelo... las ciudades a veces se hacen insufribles.
Tienes razón en lo de la grosería generalizada.
También Aznar fue un ordinario más, de los muchos que hay, pero los estudiantes fueron además de groseros, agresivos, y eso también me preocupa....