Hoy comemos fuera. Es mi santo, estoy hasta el flequillo de cocinar y a la familia le vendrá bien celebrar fuera de casa esta fiesta. Me he venido pronto al restaurante. Una se ha quedado escuchando el Concierto de Año Nuevo, tan interesante siempre, y dos se han ido a misa. Esperemos que lleguen todos a la hora acordada y que no haya problema con la reserva.
He dormido poco, pero suficiente. Ayer salimos por la tarde a ver el ambiente de la ciudad. Hacía mucho frío y había menos gente de la que me imaginaba. Encontramos a varios estúpidos explotando petardos por la calle. Algunos conductores con cara de brutos llevaban el coche a velocidades excesivas. Se notaba esa alegría etílica que precede y se desarrolla en todas las fiestas. Jóvenes vestidos de gala empezaron a aparecer. Ellas eran serias candidatas a helarse. Dimos un paseo por la ciudad y volvimos a casa.
Habíamos decidido cenar huevos fritos con patatas, una comida rebelde para fin de año. Me engañaron en la tienda con las patatas. Cuando un hombre va a comprar comida, tiene que andarse con siete ojos. Conviene que deje claro pronto que no va a admitir cualquier cosa, pero, a pesar de eso, me la colaron. Pero cenamos bien, acompañados de algunas fruslerías y de una botella de Gobillard & Fils, que estaba muy rico.
Luego pusieron la televisión y apareció el bodrio entontecedor, la escuela de machismo en que está convertida la televisión. Alternamos varias cadenas. Parecía que el interés en varias de ellas estaba en los vestidos que lucirían sus presentadoras, o, probablemente, en la cantidad de cuerpo que mostrarían. Esas televisiones convierten a las presentadoras con descaro en objetos sexualizados. Puede que miren solo el negocio y se olviden de que, hagan lo que hagan, educan, para bien o para mal, a los ciudadanos con sus programas. Han adquirido la costumbre en los programas de fin de año de fomentar la desigualdad de género y el machismo más burdo. Me duele observar a las mujeres contemplando impasibles el espectáculo de cómo los hombres se van haciendo cada vez más machistas, de cómo siguen confundiendo a la mujer como un objeto portador de un cuerpo que les produce deseo y al que ven solo como fuente de placer. Luego, cuando este machismo se sitúe en un estado de tensión o de dificultad, surgirá la violencia de género -la que se basa en la supuesta superioridad del hombre sobre la mujer y que incluye la exigencia masculina de obediencia y sumisión. Entonces se lamentarán y sufrirán, si no acaba el asunto en lo peor.
Terminada la bazofia machista, comenzaron algunos espectáculos musicales. La mayoría de los temas que escuché me pareció que tenían letras ininteligibles y músicas simplonas, repetitivas y cansinas. Posiblemente muchas mentes actuales no soporten ninguna complejidad y necesiten lo simple para sentir algo y poder divertirse.
Alguien, con buen criterio, puso una cadena en la que proyectaban “Amanece, que no es poco”, la genial y surrealista película de José Luis Cuerda, rodada en 1988, con la mitad de su reparto ya fallecido. Me pareció un soplo de aire fresco, pero del que no hace daño. Con él me fui a la cama. En la película trabajaba Antonio Gamero, aquel que decía que como fuera de casa no se estaba en ninguna parte. Cada vez que veo la televisión -menos mal que son pocas- me acuerdo de esta frase genial. El problema era que a esas horas fuera hacía mucho frío.
Espero comenzar el año con una buena comida y una buena conversación. Y a ver si es posible continuarlo con una vida un poco más humana, más razonable, con menos brutalidad y con un país más justo.