El Mediterráneo se vistió de rojo escarlata ayer en Madrid. De sus aguas salían suaves olas que sonaban a
quinteto de cuerda. De sus profundidades llegaba a la orilla,
pobladísima de gentes ávidas de belleza, una brisa gloriosa que
llenaba el espacio y de la que manaba el gozo que sólo las grandes
obras de la vida son capaces de generar. La brisa mediterránea tenía
la calidad de lo bien hecho y los tonos variados, serenos, sencillos
y brillantes de las cosas importantes. Sonaba la brisa a talento, a
sensibilidad finísima, a vida interiorizada, a creación sabia, a
voz sentida, a expresión sencilla y profunda, a armonía fácil, a
caricia estética, a belleza distinta.
La mar mediterránea es la madre de
casi todas las culturas que nos afectan. Ayer la brisa del mar traía
ecos de Cataluña, de Grecia, de Galicia, de Andalucía, de Perú, de
Brasil, del mundo. La mar mediterránea no le pregunta a nadie ni de
dónde viene ni cuál es su identidad, como no lo hizo nunca ningún
ser culto. La brisa del Mediterráneo llega a otros mares y de otras
aguas acuden a él gentes en busca de belleza, de talento, de buen
vivir, de vida sana y compartida y también a dar lo mejor de ellas
mismas.
Ayer todos nos entregamos al
Mediterráneo. Todos nos bañamos en él hasta ahogarnos de placer y
de emoción. Todos nos rompimos la camisa y nos dejamos abrazar por
la brisa que salía alegre y eufórica del Mediterráneo que ayer,
más que un mar, parecía una fuente de agua sonora, limpia,
cadenciosa, de amplios colores, de vibraciones impensadas, de
expresividad delicada, de voz, ritmo y cuerpo animados por un mismo
impulso sobrenatural.
Ayer el Mediterráneo lució en todo su
esplendor en Madrid. Nos enamoró. Nos emocionó. Nos hizo saltar en
aplausos. Ayer el Mediterráneo convirtió la noche en una gran
noche. Ayer, en el Auditorio Nacional, en Madrid, estuve escuchando a
Silvia Pérez Cruz con un magnífico quinteto de cuerda. Venía
vestida de rojo escarlata. Buenas noches.