Cuando la codicia es el criterio, vale
todo. Cuando lo mío es lo que importa, es probable que surjan luchas
internas, resentimientos, delaciones y venganzas aplazadas y que el
colectivo -hoy, el PP, un partido político, una parte de nuestra
democracia- se resquebraje y con él se vaya desmoronando la propia
democracia.
Una de las maniobras más burdas, pero
más frecuentes, de la derecha es inventarse un enemigo enfrente para
echarle a él la culpa de lo que le ocurre y así desviar la
atención. Es lo que la prensa más bruta, más ultra y más sin
escrúpulos está haciendo con Rubalcaba. Parece, según lo que se ve
en esta prensa hoy, que el culpable de todo lo que le ocurre al PP y
a España es Rubalcaba y que de lo que hay que hablar hoy no es de
Bárcenas ni del PP, sino del PSOE y de Rubalcaba. Y algunos se lo
creerán, lo cual es uno de los elementos trágicos del asunto.
Y, a la vez, está un tipo de
izquierda, exquisita y pura, que parece que añora la crispación
-tan criticada entonces- que generaba el PP cuando estaba en la
oposición y que, en lugar de apoyar sus propuestas, aunque no le
gusten del todo, e intentar que crezcan sus efectos, va contra ella,
contra sí misma, y exige lo que no dice ni aclara, pero que, en todo
caso, sea duro y ya. Parece que la única estrategia política
posible es la del enfrentamiento inmediato y arrasador. De nuevo,
esta izquierda le hará el juego a la derecha, se aliará de hecho
con sus maniobras, se autodebilitará y ayudará, sabiéndolo o no, a
incrementar la desafección y a que la derecha se mantenga. No sé si
hará falta que alguien se líe la manta a la cabeza para que
aprendamos.