Nunca había visto yo tanta gente por
las calles de Madrid. La ida hacia Atocha fue terrible, en un tren de cercanías
en los que no había aire, pero sí calor, sudor y multitud de
personas hacinadas, incluido un cretino que se metió en aquel horno
con su mujer embarazada y su hijo, un pobre bebé que no sé si podría
respirar allí. La gente usaba los megáfonos en el tren y cantaban
“La fabra, la fabra, la puta de la fabra, la madre que la parió...”
o eso que yo creo que no entienden de “El próximo parado, que sea
un diputado”.
Me bajé una estación antes para
respirar algo y ya la calle albergaba a una riada de gente hacia
Atocha. Llegué allí a eso de las seis de la tarde y ya estaba todo
lleno, pero durante una hora y media no dejó de llegar gente
constantemente. En algunas zonas, en las que se incorporaban nuevos
colectivos, a veces era imposible andar. Parece que los móviles no
funcionaban, decían que porque había inhibidores. Nunca había
visto yo a tanta gente por las calles de Madrid.
Volví pronto, por otras razones, y
pude escuchar por la radio al sinvergüenza de Granados, un tipo que
fue consejero del Gobierno de Madrid, diciendo que la huelga había
sido un fracaso y que había sido motivada por la crisis en la que
nos había metido el Partido Socialista. Siempre me pareció
desagradable y repulsivo, pero ahora veo con más claridad que es un
sinvergüenza.
Nunca había visto yo a tanta gente por
las calles de Madrid.