El jodido virus nos ha quitado las manos, los besos, los abrazos, las caricias, la cercanía, el roce, el paseo, la espontaneidad, la copa de vino leyendo el periódico en el bar, la fiesta, el contacto y buena parte de la vida. Sin embargo, como diría Blas de Otero, me queda la palabra. Nos queda la palabra. Ahora nos podemos dar cuenta del valor que tiene lo que no podemos hacer y el inmenso valor de lo que nos queda, el infinito valor de la palabra. Sin la palabra no podríamos pensar, ni hablar, ni decir lo que sentimos, ni escribir, ni comunicarnos, ni consolarnos ni alegrarnos. La palabra nos ayuda a construirnos como personas. Es importante tener un buen número de palabras para poder hablar de un buen número de cosas. Si no tenemos una palabra para nombrar algo, no podremos hablar de ello. Por eso, entre otras cosas, es tan bueno leer. En estos momentos es conveniente que hablemos, que nos expresemos, que nos desahoguemos, que nos animemos, que nos queramos, que tranquilicemos a todos los que podamos, que repartamos cariño y sosiego. Son momentos para la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes expresar aquí tu opinión.