martes, 31 de marzo de 2020

Estelas de la mar contaminada. Arriba y abajo



Ayer no tuve un día muy digno de repetirse. De hecho estaba del maldito virus y de sus consecuencias hasta las narices. Hoy, con las mismas circunstancias y un día de perros, estoy, sin embargo, mejor. Creo que todo ha venido por hacer ejercicio físico, ese castigo que la naturaleza nos ha impuesto. Por motivos que no vienen al caso, tengo que realizar labores -demasiadas- que antes solo hacía esporádicamente, como, por ejemplo, la colada. La hice esta mañana. Se me ocurrió que podía meter la ropa en la lavadora pieza por pieza, lo cual, teniendo en cuenta que la mayoría de las piezas estaban lejos de la máquina, me supuso unos buenos metros a buen ritmo. Al principio me pareció una ocurrencia masoquista y absurda, pero aún no sé por qué me animé a hacerlo. Para tender la ropa tengo que subir un piso, así que, ya puesto, las llevé a tender de la misma manera. Subí y bajé catorce veces la escalera, cosa que me dejó sin ganas de poner otra lavadora. Menos mal que no había más ropa que lavar. Luego, a mediodía, me sentía extrañamente bien, sin preocupaciones excesivas y con buen ánimo. Supongo que las idas y venidas al más arriba -que no al más allá- habrán sido las causantes. Lo cuento por si alguien quiere hacer la prueba.

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