La clase bruta se está haciendo
fuerte. Recordaba hoy cómo hace un tiempo un grupo de cretinos entró
en un bar. Eran ocho o nueve. Uno, el que parecía más estúpido de
todos, se empeñó en repartir las copas llenas de cerveza
lanzándolas por el mostrador, como si estuviese en un bar del oeste
americano. Una de las copas tropezó, en su necio viaje forzado, con
una de las grietas que tenía el mostrador y se cayó, manchando a
quienes estábamos allí. El ridículo memo no sólo no pidió
disculpas a nadie, sino que siguió con su bobo jueguecito. Le eché
un par de miradas asesinas con las que le llamé de todo, pero ni se
inmutó. A continuación, con una sonrisa de idiota instalada en su
rostro, volvió a lanzar copas, esta vez de vino tinto. Desde el
lugar al que habíamos huido vimos cómo la primera de ellas se cayó,
se rompió y derramó todo su contenido. Observamos con asombro cómo
el grupo de brutos y de brutas reían la supuesta gracia de tan
ingeniosa maniobra, sin pedir disculpas a nadie.
Así se van poblando
las ciudades de maleducados y va creciendo sin freno la clase bruta.
Buenas noches.
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