Jóvenes que veis las noticias por
televisión, que leéis los periódicos, que escucháis por la radio
las atrocidades, las monstruosidades que están sufriendo los
refugiados sirios y todas las personas que huyen de la maldad, de la
crueldad y de la pobreza:
Creedme, por favor, si os digo que no todo en el mundo es egoísmo, que no todo es dinero y afán de tenerlo, que no todo es
inhumanidad, que no todos los gobiernos son como el de España o el
de Hungría, que no todas las religiones son fanáticas, que no todo
es como lo que veis.
Creedme, por favor, si os digo que también hay
solidaridad, y sensibilidad, y fraternidad, y compasión, y
convicciones de que todos somos iguales en derechos, y hay seres humanos
que cada día quieren crecer como seres humanos y no degradarse en
bichos con aspecto humano.
Creedme, por favor, si os digo que el
mundo, las personas que vivimos en este mundo, necesitamos que
critiquéis lo que veis y que sintáis y penséis y seáis de otra
manera.
Creedme, por favor, si os digo que esto es posible y
deseable.
Creedme, por favor, si os digo que sois la esperanza de la
humanidad, que sois nuestra esperanza. Quizás seáis la única
esperanza.
Tardará, tardará.
ResponderEliminarYa sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.
Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.
Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
Y entonces...
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.
Oliverio Girondo