¿Qué habrán estado pensando los
regidores del Ayuntamiento de Tordesillas cuando han autorizado la
celebración de esa pseudofiesta, impropia de seres humanos sensatos,
en la que se ha alanceado hasta la muerte al llamado Toro de la Vega?
Es verdad que estos ediles han sido
votados por los ciudadanos y se supone que en el programa electoral
correspondiente estaría incluida la celebración de la citada
agresión brutal a un animal.
Es verdad también que la política y
la ética son distintas. La política es el arte de organizar la
sociedad de forma que resulte lo más justa posible para los
ciudadanos. La ética, en cambio, es una opción personal que uno
hace para organizar su propia vida de acuerdo con unos valores que
considera que son los más importantes. Son dos asuntos, pues, bien
distintos.
Lo que en este lamentable caso parece
que queda en tela de juicio es la ética de cada uno de los
concejales responsables de la organización de este desgraciado y
degradante espectáculo. O sus opciones éticas están de acuerdo con
sus decisiones políticas o, por el contrario, valoran más el poder
que les da la política que sus criterios éticos. Si en la ética de
cada uno de ellos tuvieran algún peso el respeto a los animales y el
no recurrir al sufrimiento gratuito de los animales para que se
diviertan gentes brutas, o si consideraran que las tradiciones, por
sí mismas, no justifican nada, entonces ya habrían dimitido
impulsados por su propia ética. Si no lo han hecho, será porque
están de acuerdo con este disparate sangriento que han apoyado o
porque piensan que el poder es lo más importante y que todo lo demás
-incluida su propia ética- queda supeditado a él.
Hay algo muy serio por debajo de todo
este espectáculo de políticos inmaduros e inhumanos que hacen lo
que les da la gana, lo que más les conviene, y que dan ejemplo de
comportamientos indignos a los ciudadanos: ni el poder ni la política
son los criterios más importantes en la vida de un ser humano que
usa su razón para vivir. Lo que nos hace humanos es la ética. Una
política que no esté inspirada en criterios éticos no generará
una política justa ni una sociedad en la que los seres humanos
puedan desarrollarse como tales. Por debajo de la política,
inspirándola, está la ética de los políticos que la ejercen. Si
esta ética no es razonable ni buena, los políticos no actuarán
bien y la política resultante será rechazable.
Esperemos que se acabe pronto con este
disparate, que lleva ya demasiados años celebrándose, como es el
desgraciado Toro de la Vega.
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