Fui a comprar un libro que me habían
encargado y a que me lo firmara su autor, que sabía yo que iba a
estar allí. Terminé en un corro con los autores -eran, en realidad,
tres-, con padres, con niños y con personas de la editorial dando
palmetadas con las manos en los muslos para seguir el compás y
cantando las canciones que iban proponiendo, sobre todo, los niños.
En medio estuvo la presentación de Allegro, un
libro escrito por Alfredo Gómez Cerdá, con la colaboración
del ilustrador Juan Ramón Alonso y la musicoterapeuta Carla
Navarro. La recaudación que se obtenga con su venta irá a parar
a un proyecto de terapia musical con niños enfermos de cáncer y de
otros males igualmente trágicos.
Después estuve hablando con Carla
Navarro que, además de musicoterapeuta, es violonchelista. Me
pareció un ser humano que rebosaba sensibilidad, generosidad, ganas
de vivir y de hacer vivir y unas dotes comunicadoras excepcionales.
Me contó que con unas pocas personas y con una maleta llena de
instrumentos musicales va a visitar a los niños enfermos para
provocarles una sonrisa, para sacarles lo que llevan dentro, para que
se sientan acompañados, para vivir con ellos un rato que les deje el
recuerdo de que la vida no es sólo sufrir en soledad o en la
compañía de la familia, como todos los días. Yo estaba muy
emocionado, muy impactado, porque tengo la manía de dejar salir la
energía a través de la imaginación y asocio pronto lo que me
cuentan con la imagen vital a la que se refiere. Me pareció
descubrir en este acto que hay que frenar la imaginación e intentar
quedarse en las palabras secas, sin que se vayan a ningún lugar más
allá de las propias palabras.
A medida que iba hablando con Carla me
iba entrando un sentimiento de admiración mezclada con envidia,
rabia e impotencia. No me siento capaz de embarcarme en un proyecto
así y, sin embargo, entiendo que estas actividades son necesarias,
nobilísimas y de una altura moral tan enorme que resultan
reconfortantes. Carla me dijo que a veces sufría, que lloraba, que
se emocionaba, pero que daba igual. Lo importante era lo que hacía y
no tanto cómo lo vivía ella.
Fue una llamada de atención muy
fuerte. Buenas noches.