El señor dios todopoderoso, en su
infinita sabiduría, llegado el momento de su mayor labor escultural, el
de la coronación de todo su aparato creativo con la aparición del
ser humano, hizo gala de su serenísima e injusta idea de justicia no
adornando a todos los seres humanos con los mismos dones, ni en
cantidad ni en cualidad. Así, las mejor dotadas de todas las
criaturas obtuvieron el privilegio de conocer el mundo a través de
la razón, siendo condenado el resto a creer mediante la fe lo que
eran incapaces de entender.
El señor dios todopoderoso, en su
infinita magnanimidad, intentó aplicar a la especie humana su propia
idea de infinitud, en la medida de lo posible, dotando a todo lo
creado de un amplio grado de complejidad y haciendo de ésta una de
las características más relevantes de su obra.
El señor dios todopoderoso, en su
infinita belleza, huyó, pues, de lo simple, de lo monótono y de lo
ya terminado y cerrado y, así, partiendo de dos elementos
originarios, a los que llamó hombre y mujer, instituyó, con su
divina precisión, una variedad de orientaciones sexuales, dando
cabida en ellas a todas las combinaciones posibles. Para la puesta en
práctica de todas estas relaciones, tuvo a bien, en su infinita
omnisciencia, dar origen a variados tipos de familias, diferentes
todos ellos, tanto en las características de sus miembros como en el
número de sus integrantes. Aparecieron de esta forma sobre la faz de
la Tierra, para mayor gloria del Altísimo y para orgullo del
Creador, los homosexuales, los heterosexuales, los bisexuales, los
transexuales, los célibes y todas las diferentes formas de encauzar
la personalísima sexualidad de cada uno y de cada una. Todas estas
personas se combinaban entre sí, si querían, en parejas,
intercambiables o no, en tríos, en comunas o como la cultura que
iban creando les iba dando a entender.
Para que brillara más el conjunto
magnífico de la creación, el señor dios todopoderoso, en su
infinita libertad, dejó lejos de su cuidado a un grupo de hombres, a
los que no dotó del gozo laborioso del uso de la razón, a los que
recluyó en el celibato y a los que decoró con las garras macabras
de la torpeza, la terquedad, la ignorancia, la incontinencia verbal,
la ausencia de sentido del ridículo, el refugio sin remedio en lo
simple y la ilusa creencia en su propia superioridad sobre los demás,
a los que llamaban ovejas y corderos, sin duda por su bobo
atrevimiento de seguirlos en sus ideas. Surgieron así los obispos.
Los obispos visten de forma rara, dicen
cosas raras, defienden cosas raras y ellos, en sí mismos, suelen ser
raros, muy raros. Como sus mentes humanas no suelen dar para más,
tienden a la simplificación de la realidad y así, allí donde el
divino hacedor puso la variedad, ellos aplican la navaja de Ockam y
cercenan lo que les parece. No son capaces de soportar la
complejidad, de la misma manera que no soportan las opiniones, ni el
placer, ni la libertad ni la igualdad de derechos. Se sienten en la
obligación de difundir sus disparates y a veces hacen el ridículo
de forma mediática y estentórea.
Como su atrevimiento parece que no
tiene fronteras, se está viendo venir cada vez con más fuerza algún
procedimiento para pararle los pies a estos señores monseñoreados,
que no se limitan a pensar como sus neuronas les dicen, sino que
incitan a la población a practicar fobias y discriminaciones contra
todos aquellos que no entran en las estrechas rendijas de sus
entendederas. Quizás sería bueno que, de la misma manera que la
derecha está poniendo todo su ahínco, con la pasividad cómplice de
muchos y la colaboración de otros tantos, en adelgazar las
estructuras del Estado para así tener ellos más poder, que la
izquierda se esforzara en debilitar la posición de estos enviados
del Altísimo, de estos frenadores del progreso, de estos medievales
del siglo XXI, de estos tirabobadas, para que así, al menos, buena
parte de la población no se sintiera ofendida o maltratada por
ellos.