Nos estamos acostumbrando a no ver más que lo inmediato, lo que tenemos delante, lo que conecta de forma urgente con nuestros deseos, lo que captamos sin necesidad de ir un poco más allá para ver sus consecuencias o sus contraindicaciones. Hay un neoliberalismo ambiental, como una peste horrorosa que se pega a las ideas igual que se pega(ba) a la ropa el humo del tabaco, que, al parecer, nos seduce y nos invita a creernos que podemos hacer lo que nos dé la gana, sin que la posible repercusión sobre los demás signifique ni una llamada de atención ni un momento para pararse a pensar si lo que quiero, además de apetecible, es bueno. Un anuncio de una marca de coche que oigo estos días por la radio lanza al aire sin escrúpulos la expresión: “Aprovéchese y luego lo piensa”. En unos grandes almacenes, en la pared de detrás de la Caja, he visto escrito: “Compra ahora, decide después”. O sea, que con una naturalidad y una franqueza que parecen dar un salto desde la cultura a la zoología, nos invitan a que nuestro comportamiento consista en hacer sin demora lo que le llega a la voluntad a través de los sentidos, de la imaginación o de lo que se tercie y, después, si tienes ganas, si te acuerdas o si te interesa, lo piensas y, entonces, te arrepientes o no. La madurez consiste justamente en lo contrario, en preguntarle a la razón la viabilidad de la acción antes de que la voluntad decida. Por tanto, lo que están queriendo hacer contigo, amigo lector, aunque no lo sepas, es convertirte en una mente infantil para que aceptes con facilidad los reclamos de la propaganda comercial. Y si te acostumbras a esto, no dudes que aceptarás también las consignas políticas que les interesan a los que están detrás de esas maniobras, que ingenuamente podríamos calificar de comerciales, pero que son, en realidad, (des)educativas, preparatorias de una nueva, aunque muy antigua, forma de concebir al ser humano.
La consigna parece ser esta: deshumanicemos al ser humano, quitémosle lo que pueda tener de pensamiento, de socialidad, de prudencia, de reflexión, de proyecto, de esfuerzo, de prever consecuencias. Hagamos un ser que pueda ser fácilmente feliz, tontamente feliz, pero sin dificultades. Procuremos que estos tiernos y sumisos seres no nos opongan mucha resistencia ante nuestros requerimientos, que, por supuesto, no los piensen, que no los critiquen ¡qué ordinariez!, que con la excusa de conseguir placer, consuman, para que nuestros negocios sigan dándonos motivos para vivir bien. Es verdad que cada vez tienen menos dinero, pero el que les queda hay que procurar que no lo gasten en cultura -¡qué peligro, el mayor de todos! La cultura debe ser gratis, que para eso está Internet. Y si los creadores dejan de crear, mejor. Nosotros no perdemos nada y así molestan menos. Que compren nuestros productos, o sea, coches, ropas, cosas que entendemos y que fabricamos. Sin que se den cuenta, tenemos que hacerles ciudadanos del imperio de los sentidos y que gasten, que gasten todo lo que tengan. Cuando la brecha entre ellos y nosotros sea tan grande que crean que están solos, se morirán de pobres. ¿Para qué querrían convertirlos desde hace tanto tiempo en seres humanos? ¡Qué estupidez!