Tal día como hoy de 1645 murió Francisco de Quevedo, autor de la Historia de la vida del Buscón.
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El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
La ausencia del respeto es clamorosa. En cambio, ha ido creciendo la absurda creencia de que el mundo de todos es una especie de propiedad privada de unos cuantos, que pueden hacer lo que les dé la gana, sin que nadie tenga por qué protestar. Son muchos los casos que se pueden ofrecer de estas inhumanas actitudes crecientes. Por ejemplo, en un bar alguien puede reír a carcajadas estentóreas, hablar al volumen que prefiera y gritar lo que le salga de sus vísceras, porque el bar no lo considera un sitio público, en el que pueden estar a gusto todos y en el que no se debe molestar, sino que es como si fuera su casa. Por la calle, a alguno poco dado a la limpieza se le puede acabar el paquete de tabaco y lo puede tirar al suelo, o, si le viene bien, puede escupir en el suelo -¡han vuelto también a eso!- porque la calle es como si fuese suya. Si el equipo nacional femenino de fútbol gana el campeonato mundial, el presidente de la Federación puede atrapar ostentosa y públicamente su estructura gonadal, como si fuera un aficionado tosco y garrulo, y puede obligar a recibir un beso en los labios a una jugadora, porque las jugadoras son como si fuesen de su propiedad y estuvieran a su disposición. No se sabe si con ello intentaría proponer un modelo de comportamiento a alguien o era un efusión de patriotismo deportivo o que el machismo descerebrado le hervía.
En general, las normas parecen entes desconocidos o innecesarios. Es el caso, entre otros, de las de circulación, en donde los límites de velocidad, no conducir con el móvil en la mano, las direcciones prohibidas y los pasos de peatones son entes que parecen sobrar. Durante las madrugadas unos mindundis pueden pasar por la calle cantando o hablando en voz alta, sin la menor conciencia de que están molestando a quienes duermen. Hacer las cosas bien ha dejado paso a hacerlas de cualquier manera. Huir de ser y parecer un garrulo ha sido sustituido por hacer ostentación pública de serlo. Hablar con los hijos para ir educándolos poco a poco se ha sustituido por comprarles un móvil en cuanto pueden sostenerlo y que se eduquen ellos solos. La complejidad de la realidad ha dejado paso al imperio falso de lo simple, como se ve en las músicas y los juegos de los ciudadanos de poca edad. Lo simple se manipula mejor, pero ellos no lo saben ni les importa. Lo único importante es conseguir dinero, tener dinero, tener, y que no te rayen la cabeza con monsergas de humanidad y de cultura.
En un mundo en el que ya las mujeres no solo acceden a la educación superior (al menos en España) sino que destacan en la misma, es justo reconocer quién inició este avance, sin desmerecer a todas aquellas que con sus esfuerzos –y muchas veces contra los prejuicios y ataques de los hombres– se hicieron un hueco.
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Ya se notan con claridad en la vida cotidiana los efectos molestos y degradantes de la incultura. Han transcurrido demasiados años en los que muchos padres y madres se han olvidado de educar humanamente a su prole y de que se empequeñecieran o desaparecieran de los planes de estudio las asignaturas que hacían reflexionar a los alumnos y a las alumnas y ayudaban a desarrollar su pensamiento crítico. Ahora vivimos de esas inacciones y de esas ausencias.
La cultura es la manera de vivir como seres humanos entre el resto de seres humanos, sin que haya que prescindir de ninguno y sintiéndose todos relacionados con los demás, precisamente por su humanidad.
La cultura es distinta de la instrucción. Esta se adquiere en la escuela, desde el parvulario a la universidad, y desarrolla en el ser humano su capacidad de convertirse en un experto en algo. La cultura, en cambio, se comienza a construir en la familia, en donde se adquiere la costumbre de tener buenas conductas y de asimilar en la vida valores humanos, constructivos y solidarios. El contenido de estas conductas y estos valores conseguidos en la familia se justifican luego en la escuela: si en casa te inculcan la norma del respeto a los demás, en la escuela te deberían dar las razones de por qué hay que hacerlo, o si en casa te dicen que hay que comer despacio y masticando mucho, en la escuela te deberían decir el porqué de tan higiénica costumbre, o si en casa te han acostumbrado a seguir la norma de ser solidario, en la escuela tendrían que justificarte por qué es más humano ser solidario que egoísta.
Sin embargo, se ha ido extendiendo la práctica de no acostumbrar al joven, ni en la familia ni en la escuela, a seguir normas para desarrollar una vida humana, ni a desarrollar los valores convenientes para tal propósito, con lo cual no solo ha salido de la mente del ciudadano la ética, sino que su vida se ha ido empobreciendo y embruteciendo, hasta hacerla muchas veces desagradable para los demás y difícilmente vivible para todos.
Los valores que convierten a alguien en un ser humano y al mundo en un lugar de acogida para todos se han ido convirtiendo en rarezas, dando paso a la figura del bruto con aspecto humano, pero bruto. Se echan en falta el respeto, la libertad, la igualdad... La solidaridad ha desaparecido de la práctica común, siendo sustituida cada vez más por un individualismo absurdo y un deseo egoísta de acaparar dinero de la manera que sea -porque vale cualquier método- y a costa de quien sea. Algunos zoquetes con intereses han hecho creer a los más vacíos que la libertad no consiste en ser capaz de hacer lo que se debe hacer, el bien, sino en elegir los caprichos que cada cual tenga o los que pueda pagarse. La igualdad, que se concreta en las igualdades, va cuesta abajo, porque aún hay muchos contravalores egoístas y particulares en la mente de muchos ciudadanos. Todavía hay, por ejemplo, quienes creen, dejándose llevar por una ignorancia injustificable y culpable, que el feminismo es algo superfluo que no es necesario conocer bien. No se dan cuenta de que, al igual que ocurre con la democracia, el feminismo es la única manera de conseguir la igualdad real entre los hombres y las mujeres. Los listos que creen que el feminismo no es necesario ni merece la pena, actúan como brutos machistas inhumanos en cuanto las circunstancias les sobrepasan un poco.
Continuará
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