lunes, 16 de agosto de 2010

Niqab


Vi hace días por la abigarrada Gran Vía de Madrid a tres mujeres vestidas, o como se pueda describir el hecho, con el niqab que usan algunas musulmanas en Arabia Saudí. Se trata de una tela negra que le cubre todo el cuerpo, salvo una abertura horizontal a la altura de los ojos que les permite ver. Dentro de esa enorme máscara negra va un ser humano, posiblemente mujer, aunque no se sepa ni su edad, ni sus facciones, ni su estado de ánimo ni si tiene ganas de vivir o no.

Es la segunda vez que veo a mujeres así. La primera fue en la no menos abigarrada planta de ropas de mujer de unos grandes almacenes. Me producen siempre un impacto grande por lo lejos que se sitúan, es posible que en contra de su voluntad, de mi idea de lo que debe ser un ser humano.

Recuerdo que en mi infancia me metieron en la mente ciertas ideas que en el fondo son muy parecidas a las que hay detrás del niqab, del burka y de todos estos detalles que convierten a la mujer en una cosa sin libertad y en un objeto propiedad de algún hombre o, más bien, de los hombres. Decían entonces que el cuerpo de la mujer había que ocultarlo porque la belleza no debía mostrarse y que el recato, las buenas costumbres y los buenos modales deberían ser las notas propias de una mujer decente. Ciertamente no llegaban a los niveles musulmanes, pero la consideración de la mujer era estructuralmente la misma: deben mantener su cuerpo en buena medida oculto.

Afortunadamente me he ido quitando de encima estas ideas, que no sólo son ñoñerías, sino expresiones de una terrible discriminación que convierte la belleza de la mujer en fuente de males, aunque éstos estén situados más bien en la mirada del hombre. Por eso me emociona hoy ver a una mujer que no se preocupa por tapar su cuerpo, sino que se muestra con naturalidad, como si por encima del sexo y, por supuesto, de las religiones hubiera un ser humano libre y dueño de todo su ser.

Mado 10 / 47








domingo, 15 de agosto de 2010

Levante


Viento de levante. Viento seco que seca el agua del mar para que salga uno sus frutos, la sal. Viento que seca también la mente y que impide que afloren ideas. Viento que se te mete en el alma y que termina en el cuerpo agotándolo, poniéndolo pesado, enfadándolo. Supe que se había ido el levante cuando me desperté pensando en algo que me pareció interesante y cuando, después de una levantera de silencio, me dijo que me quería. Viento seco, este jodido levante.

Mado 10 / 46









sábado, 14 de agosto de 2010

Las bellezas y el tiempo





Han pasado muchos años y he vuelto a ver a algunas personas que antes me parecían bellas. Tenían entonces una belleza resplandeciente, que salía de manera natural de sus rostros y me llegaba y me sobrecogía sin yo quererlo. Esa belleza ahora ha desaparecido y ha permanecido otra, no menos cargada de fuerza, pero que hay que buscar en una mirada, en una sonrisa o en un gesto que se fragua entre los estragos del tiempo.


Mado 10 / 45










viernes, 13 de agosto de 2010

Hoy






Todos los días son iguales. Todos empiezan con el negro de la noche, del sueño, de la fantasía, de la cara oculta de la vida. Luego va apareciendo el azul celeste de la inocencia, de la incertidumbre, de la ignorancia de lo que será, de la posibilidad. Más tarde, el blanco de la mañana comienza a recibir la escritura de  los problemas, de las ocupaciones, de la actividad, y surge el amarillo del mediodía, cuando la fuerza bruta del día comienza a transformarse en calidez, en cansancio, en deseos, en un cierto calor de cercanía, en el poderío culto de la luz. Con el rojo anaranjado, la tarde cobra madurez y se hacen promesas de pasiones y de aventuras que seguramente se cumplirán en la negrura de la noche, de la nueva noche que servirá de eslabón para que la cadena de la vida se vaya envolviendo de nuevo en nuestro cuello y nos vaya arrastrando hacia el final del viaje.

Pero hoy el día no es para mí tan igual. Hoy me doy cuenta de que necesito vivir con intensidad, con urgencia, como si el tiempo se me escapara entre los dedos de unas manos que no sé si dan o piden. Hoy no veo el camino tan alejado del precipicio como lo veía antes. Los quitamiedos me parecen ahora un hilo frágil frente a la inmensidad del abismo. Ahora no tengo tiempo que perder. En realidad, nunca lo tuve, pero ahora lo sé. Un momento sin vida, sin cariño, sin un beso, sin un encuentro es un momento perdido. Y la vida no es más que momentos, unos detrás de otros. Unos pocos momentos.

Hoy me gustaría abrazar, tomar por el brazo, apretar la mano, acariciar la cara y nadar en el alma de la gente que quiero. Me gustaría que me salieran sonrisas que dijeran algo a los que las vieran. Me gustaría notar miradas y gestos que me hablaran de un futuro vivo.

Seguramente mañana me gustará ayudar a ser a quien quiera ser y a quien yo quiero y sé. Y me gustaría también que me dejaran ser a mí.

Brindis


MANUEL VICENT


EL PAÍS  -  Última - 12-07-2009


Alguna gente madura, tal vez la más lúcida, suele pensar con acierto que lo mejor que tiene la juventud es que ya pasó. Fue una época breve y radiante, romántica y vigorosa, pero también llena de luchas, temores, dudas, celos y rivalidad. Alrededor de los 50 años, en cualquier biografía llega un momento en que el caballo de fuego que uno llevaba dentro comienza a perder la ansiedad en el galope y aun sin abandonar la curiosidad ante la vida siente que hay que tomarse las cosas con más calma. A qué viene tanta prisa, se dice a sí mismo una mañana. De pronto uno se da cuenta de que no tiene que correr detrás del autobús ni necesita presentarse ya a ningún examen ni le inquietan las modas ni se ve obligado a cambiar de costumbres y cada día le importa menos lo que piensen de él los demás. No ha dimitido de ninguna idea ni ha cambiado de bando. Le siguen cabreando los mismos políticos, las mismas injusticias, los mismos fanáticos, los mismos idiotas, pero no está dispuesto a que ninguno de ellos le estropee una buena digestión. Si uno es viejo lo peor es comportarse como un joven. Cada edad tiene su baraja con placeres que pueden ser tan intensos como uno quiera, si sabe jugar las cartas. Peor que querer ser joven a toda costa es tener ya ideas de carcamal con apenas 30 años. Gente joven envejecida la vemos y oímos todos los días en las tertulias de la radio y de la televisión. Del primer caso lo salva a uno el sentido del ridículo; en el segundo no hay cura posible porque es cuestión de carencia de minerales. El hecho de que uno con el tiempo alcance cierta serenidad y contemple las cosas con una sabia perspectiva no impide blasfemar si llega el caso. Marco Aurelio debe darle la mano a Epicuro y la resignación no tiene por qué dejar de ser creativa. Lo que ibas a ser de mayor ya lo eres y lo que no ibas a ser ya no lo fuiste. Adiós a la juventud. Se acabaron las luchas, los nervios y las dudas por la identidad. Para una persona madura hoy es el futuro que tanto temía. Ya ves, no ha pasado nada. No ha caído la bomba atómica, has salido bien de una grave enfermedad, al final la crisis económica se ha superado y tus hijos son más altos y más listos. Encima el sol sale todas las mañanas y tú estás vivo. Hay que brindar.