Sin duda, da alegría saber que
Barack Obama ha ganado las elecciones en los Estados Unidos de Norteamérica. En principio, porque la ideología del Partido Demócrata parece más social, abierta y humana que la del Partido Republicano. Y además, porque Obama tiene la piel negra y eso, en una sociedad con tantas incrustaciones de racismo, incluso en un mundo en el que esta lacra abunda tanto, supone una buena noticia y una esperanza en el camino de la humanidad hacia la igualdad y la justicia.
Pero la victoria me deja un poso de inquietud. No nos podemos limitar a contemplar la negritud del personaje. Eso no lo es todo. Es sólo la apariencia, lo espectacular. ¿Qué hay dentro del personaje?
Francisco G. Basterra, en su
crónica para
El País del 8 de noviembre, advertía con claridad:
No volvamos a equivocarnos. Obama no es un radical, ni un socialdemócrata europeo. No firmaría una ley para posibilitar el matrimonio gay; defiende el derecho a realizar acciones militares preventivas cuando estén en juego los intereses de Estados Unidos y se reserva la posibilidad de actuar internacionalmente sin cobertura de la ONU; no es contrario a la pena de muerte, ni parece que desee restringir el sacrosanto derecho de sus ciudadanos a tener armas en la mesilla de noche.
Es una buena noticia, porque la otra posible hubiese sido muy mala y porque no volveremos a ver al impresentable de su antecesor. Pero yo, al menos, tengo mis reservas.
.