30 de septiembre de 2014
Vivir no es meramente estar, sino relacionarse con las personas y con todo lo que hay en el mundo. Vivimos en la medida en que nos relacionamos y dependiendo de cómo sea esa relación, así será nuestra vida.
Por esto no tiene sentido encaminar todos los esfuerzos en encontrar la belleza del cuerpo y quedarse en ella. Si la belleza nos sirve para hacer más viva la relación con el mundo, bienvenida sea, pero la belleza por sí sola es absurda e inútil para la vida.
La belleza de unos ojos puede que no sirva para vivir; la belleza de una mirada, sí. La belleza de unos labios puede que no sirva para vivir; la belleza de una sonrisa, sí.
La felicidad tiene poco que ver con la belleza y sí con el estilo de relación que establezcamos. Es lo que yo he llamado a veces la elegancia. Cuando la relación con el mundo, y especialmente con las personas, tiene caracteres humanos, constructivos, cariñosos, generosos, entonces aparece la elegancia y con ella, seguro que la felicidad.
No somos nuestras medidas ni nuestro cuerpo ni nuestro saber. Somos el estilo de vida que construimos con todo eso.
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