Cada artista expresa lo que vive,
aquella parte de su experiencia que le resulta relevante y que
considera merecedora de ser comunicada a los demás. Esta experiencia
vital del artista puede ocupar un espacio significativo más bien
cercano a su mundo intelectual, en cuyo caso su obra es muy posible
que resulte un tanto críptica u oscura, con un contenido muy
personal y propio del artista. Por el contrario, cabe suponer que la
referencia de la obra de arte se encuentre más en los alrededores de
lo que le ocurre a un buen número de ciudadanos y probablemente en
estas circunstancias pueda ser más fácilmente comprendida por
estos, con lo que la experiencia comunicativa pretendida por el
artista será, sin duda, más feliz.
Este último me parece que es el caso
de Yolanda Domínguez en toda su obra y, en particular, en su
última propuesta para PhotoEspaña, la titulada Preludios,
que puede contemplarse en la Galería Rafael Pérez Hernando,
de Madrid, hasta el 27 de julio. La artista, sin renunciar, ni mucho
menos, a la dimensión sugerente, simbólica, provocadora e
interpretable que toda obra de arte tiene, presenta una temática
cercana, o que, al menos, debería serlo, al espectador.
La serie, como decimos, se denomina
Preludios. La lógica pregunta subsiguiente es: preludios ¿de
qué? Veamos. Que sean fotografías, todas ellas pigmentadas en rosa,
sobre temas domésticos y tomadas en una casa de muñecas son
indicios suficientes para concluir que se refieren a la mujer. Con
más concreción, se trata de plasmar las funciones que el ideario
tradicional ha atribuido a las mujeres dando lugar a lo que
socialmente se conoce como género femenino.
Aparecen así un conjunto de paisajes
domésticos en los que figuran muebles, ventanas, atuendos de mujeres
y enseres que podemos encontrar en cualquier hogar. En todos ellos
parece latir algún elemento inquietante que sirve para que nos
adentremos en el mundo real de la mujer. No encontramos en ellas
ningún ser humano y, sin embargo, su enorme poder sugerente nos hace
adivinar presencias ausentes, pasados hechos presentes, futuros
adelantados, temores invisibles, esclavitudes sin cadenas, rutinas
asumidas o incluso violencias que pueden avecinarse. Una mujer sin
rostro y sin cuerpo parece estar siempre presente, sin verse, en
todas las fotografías.
La iconografía de Yolanda Domínguez
es, no obstante, sencilla y hasta podría parecer un tanto ingenua.
No encontramos en ella a primera vista elementos que la conviertan en
una suerte de denuncia o de crítica en algún sentido. Pero puede
detectarse pronto un enorme poder evocador, sugerente, en cuyo caso
las fotografías se convierten en vehículos con capacidad para
enlazar las situaciones que se relatan con otras que encontramos en
la vida diaria. La limpieza, el sexo, la belleza, la figura de la
madre o la comida son algunos de los asuntos que se muestran y
justamente la ausencia de personas hace que las situaciones que se
adivinan se puedan generalizar y permitan una lectura más teórica y
más desligada de situaciones demasiado concretas. Estas situaciones
presentes en la serie se asocian con frecuencia con funciones
femeninas, con tareas que, sin que medie ninguna justificación
razonable, la sociedad atribuye a las mujeres. Pero ¿qué ocurre
después de que la mujer emplee su vida en el desarrollo de esas
funciones femeninas? Lo que se entiende como femenino ¿humaniza más
a la mujer o la reduce a un ser obediente? ¿Cuál es el precio que
paga la mujer por estar siempre bella, dulce y dispuesta? ¿Tienen
sentido las horas de trabajo doméstico sin remuneración, los
sacrificios por mantener una estética femenina? ¿Qué razón hay
para mantener la discriminación por razón de sexo? Estos son
algunos de los asuntos vitales que la propuesta de Yolanda Domínguez
podría sugerir con sus Preludios. Lo que hay más allá de
estas fotografías, lo que puede que sugieran es que todavía en
nuestras sociedades las mujeres tienen que revisar sus papeles, si
quieren recuperar su libertad y su humanidad.
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